Texto base de las conferencias dictadas por el autor en diversos escenarios, entre ellos: en Puerto Montt durante el Encuentro de promoción del libro y la lectura "Al Sur de la Palabra", en 2005; en Altagracia (Argentina) el 2006 y en las Ferias del Libro de La Paz (2007), La Habana, 2007 y Buenos Aires, 2008.
Suele decirse por error que los hombres de acción, eminentemente prácticos, desprecian las teorías. Por tanto son muy poco aficionados a la lectura y nada amigos de los libros. No hay tal. La vida está plagada de ejemplos en contrario.
Los grandes transformadores de la humanidad, aquellos que dejaron huellas en su paso por la historia, fueron por lo general asiduos lectores y amantes de los textos, independientemente del soporte material donde hayan estado escritos, sea éste la piedra, el papiro, el bambú, la madera, la arcilla, el pergamino, el códice manuscrito o el libro impreso en papel. Ahí están para la muestra: Alejandro, Napoleón, Bolívar o Che Guevara.
Claro que, como en todo, hay excepciones que no hacen sino confirmar la regla. En nuestra América tuvimos un conquistador hispano, Francisco Pizarro, criador de cerdos, analfabeto para más señas, que realizó grandes hazañas, consideradas incluso proezas militares, como la de enfrentarse en Cajamarca con sus 164 arcabuceros a un ejército desprevenido y casi desarmado de 30.000 hombres que protegían al soberano inca.