El libro “Salir del Paso” de Rafael Archondo y Gonzalo Mendieta, editado por Plural y presentado recientemente en La Paz en la Asociación de Periodistas, presenta material novedoso para interpretar tres décadas de violencia revolucionaria–de 1967 a 1997– en Bolivia.
Uno de los méritos del citado libro es que estimula nuevas investigaciones para interpretar la política y sus caminos en nuestro país, y, de ahí, las características de nuestra formación social. Los comentaristas de ese libro en las diferentes ciudades en que fue presentado –tuve el honor de ser uno de ellos– tocaron este asunto forzosamente de pasada, dado lo limitado del tiempo de exposición.
Quisiera esbozar algunos elementos que me apasionaron en el estudio de ese libro. Fundamentalmente, respecto a la relación del indio con las organizaciones de violencia revolucionaria en ese periodo.
Es conocida la inadvertencia de la guerrilla del Che hacia la funcionalidad militar y política de los indígenas en ese movimiento. En su libro “Piedras y espinas en las arenas de Ñancaguazú”, Eusebio Tapia Aruni, uno de los pocos aymaras en esa guerrilla, devela el marginamiento y subestimación que sufrió por parte de sus compañeros de aventura. Franco Limber, un joven activista y escritor aymara, en una publicación en las redes señala: “Para el Che el aymara y el quechua son solo animales, por eso los pocos aymaras que se enrolaron en su empresa, Francisco Huanca y Eusebio Tapia Aruni, fueron simples cargadores de bultos, cuales no tenían ni idea de lo que estaban haciendo en la guerrilla”.
¿Por qué el Che toleraba –sino influía– tal actitud? Algunos la explican como producto del desconocimiento de la realidad étnica en Bolivia. El hecho de que hubiese establecido en su campamento cursos de quechua (enseñar ese idioma en una región de lengua guaraní) es, para esos comentaristas, prueba de la buena voluntad, aunque impregnada de ignorancia de las realidades locales.
En realidad, la izquierda desconoció y desconoce la realidad indígena. Ello, seguramente, porque es una expresión más de la casta criolla cuyo empoderamiento se cimentó en la continuidad de las peores taras de la Colonia española, y no en su negación y superación. Incluso, después de la guerrilla del Che, el año 1971, la Asamblea Popular negaba la palabra en sus deliberaciones a los indígenas, al ser –en su razonamiento– solo sectores con intereses de clase pequeñoburgués.
Si bien es entendible la actitud de la izquierda criolla, ¿el Che desconocía nuestra realidad indígena? Perspicaz y avispado, había tenido tiempo de constatar la existencia de esos pueblos en sus viajes que lo llevaron al Norte argentino, particularmente indígena, a Bolivia y a México. Lo que tenía el Che, en mi opinión, no era ignorancia, sino reflexiva posición sobre este tema.
El fenómeno de guerrilla que triunfó en Cuba y que el Che pretendió irradiar por todo el continente, parece ser solo característica cultural de la clase media criolla en el continente, orgullosa de su vinculación con Europa mediante sangre y cultura. La guerrilla foquista nunca prendió en las culturas de pueblos de otros continentes. En África y Asia, cuando se desplegó, fue al interior de movimientos de guerra de masas. Curiosamente, la referencia foquista solo se dio, de manera dramática y aislada de toda influencia en el curso de los acontecimientos sociales, en Europa, en la forma de guerrillas urbanas de tipo Brigadas Rojas. Sintomáticamente, el principal ideólogo de las guerrillas fue un francés de familia burguesa adinerada, Regis Debray.
El Che no conocía solamente la variedad étnica en el continente, sino que tuvo ocasión de palparla en otras latitudes. Su aventura en el Congo le ocasiono un afropesimismo, que en sustancia era un rechazo cultural de esa realidad. Sus escritos dan prueba de ello. Nunca pudo asimilar ideológicamente el Congo. Escribe, por ejemplo –entre burlón y desconcertado–, sobre la dawa, menjunje tradicional que les hacia invulnerable a las balas: Sobre la explicación que le da al respecto un comandante africano, escribe: “…me sentí obligado a festejar el chiste en que veía una forma de demostrar la poca importancia que se le concedía al armamento enemigo. A poco me di cuenta de que la cosa iba en serio y que el protector mágico era una de las grandes armas de triunfo del ejercito angolés. (…) Siempre temí que esa superstición se volviera contra nosotros y que nos echaran la culpa del fracaso de algún combate en que hubiera muchos muertos”.
Es pues posible que el Che viese a los indígenas como simples negros africanos, afirmando su convicción de que la salvación solo podría provenir de la actividad misionera, armada y racional, de los descendientes de los europeos en estas tierras. Situación chusca cuando la izquierda con todas sus variantes en el continente y en nuestro país ha caído en la teoría y práctica pachamamista. Curiosamente, en el campo político la alternativa racional quizás venga actualmente de los indios, quienes en ese ámbito parecen embarcarse en la modernidad, como lo hacen en el económico, dejando las especulaciones –y falsedades– a quienes para tranquilizar su conciencia y estabilizar su dominio no dudan en portar camisetas del Che siendo gays (cuando él los fusilaba) o siendo indígenas (cuando también los discriminaba y subestimaba).