Semanario La Época. La Paz, julio 2007
Maité Rico y Bertrand de la Grange han decidido que el hallazgo de los restos del Che en 1997 es una solemne mentira inventada por Fidel Castro.
Ambos son periodistas vinculados a importantes medios europeos. Es natural, entonces, que nos preguntemos cuál es en realidad el fundamento y la motivación que tienen para semejante afirmación. ¿Se trata de una noble búsqueda de la verdad? ¿Es solamente un porfiado afán periodístico de ir contra la corriente? ¿Quizá es nada más una apuesta para cobrar notoriedad? ¿O, en la peor de las suposiciones, ambos son ingenuos o perversos portavoces de una patraña política urdida por los enemigos de Cuba y su líder histórico? Antes que inclinarme por alguna de las posibles respuestas, prefiero analizar uno a uno sus argumentos, las formas de expresión que utilizan, los contextos que examinan y las repercusiones que han provocado. Que los lectores sean ellos mismos quienes saquen sus propias conclusiones.
¿Evidencias o especulaciones?
El primer indicio presentado es el que proporciona Casiano Maldonado, un campesino que dice haber visto el cadáver del Che expuesto en la célebre lavandería del Hospital "Señor de Malta" cuando suponía que los otros guerrilleros ya estaban enterrados, pues vio la zanja primero abierta y después tapada. Maldonado tenía 46 años cuando lo entrevistaron, lo que quiere decir que era casi un adolescente cuando ocurrieron los hechos... Pero, independientemente de la edad, su afirmación es nada más que una confusa suposición, no pasa de ser una anécdota, de las miles que se pueden contar con respecto al Che y sus compañeros "desaparecidos" por más de 30 años bajo el suelo de Vallegrande.
Le sigue una especulación, basada exclusivamente en la animadversión política que sienten los autores contra el régimen cubano. Según ellos, en 1997 Fidel Castro necesitaba a como dé lugar "relanzar la mística revolucionaria" y, por tanto, "ordenó" encontrar los huesos del Che "costara lo que costara", pues de lo contrario la revolución cubana se derrumbaría.
A continuación esgrimen el escepticismo de los vallegrandinos, supuestamente basado en la creencia de que los restos del Che habían sido incinerados y esparcidos... "terminarán encontrando la mayoría de los cuerpos, pero el del Che, no". Lo que no dicen Maité Rico y Bertrand de la Grange es que, a la inversa, la más extendida creencia era que el Che estaba allí y era considerado como un patrimonio al que no querían renunciar los pobladores del lugar, de ahí la intención de no permitir la salida de los restos, razón que obligó a un operativo precipitado para trasladarlos hasta el Hospital Japonés de Santa Cruz de la Sierra.
Cuando se hallaron siete cuerpos en la fosa común era obvio que uno de ellos era el del Che, no por un "simple cálculo matemático" como dicen los autores, sino por estrictas e irrefutables razones históricas. Está rigurosamente establecido, a través de todas las fuentes, que entre los días 8 y 9 de octubre de 1967 perdieron la vida siete guerrilleros: Aniceto Reynaga Gordillo (Aniceto), René Martínez Tamayo (Arturo), Orlando Pantoja Tamayo (Antonio), Alberto Fernández Montes de Oca (Pacho), Juan Pablo Chang Navarro (Chino), Simeón Cuba Sanabria (Willy) y Ernesto Guevara de la Serna (Che). Todos fueron positivamente identificados en los días siguientes, sin lugar a equívoco, incluido el Che, como se verá más adelante.
Tampoco se puede confundir estos cuerpos con los de otros tres guerrilleros muertos el 26 de septiembre en La Higuera, ni con los de otros cuatro que cayeron muy lejos de allí, en la desembocadura del río Mizque sobre el río Grande, el 14 de octubre. Esto por la sencilla razón de que los restos de todos ellos fueron también hallados e identificados plenamente.
A renglón seguido, recurren a los objetos hallados. Que si era una bolsita de nylon o una tabaquera metálica, parece francamente irrelevante y no una contradicción flagrante. Respecto a la famosa chamarra, que un dudoso informante dice que la vio en poder de uno de los médicos, hay que decir que todas las fotografías del Che que se conocen en esas circunstancias la ubican junto a él, sea enfundado en ella cuando todavía estaba vivo y cuando, ya cadáver, fue trasladado a Vallegrande. Y también está apoyado sobre ella cuando es exhibido en la lavandería, es decir la espalda descansa sobre una prenda que no puede ser sino una chamarra ¿A quién se le puede ocurrir despojar a un muerto de la única prenda que podía mal cubrir la mitad de su cuerpo? Y aunque así fuera, si alguien se hubiese llevado "como recuerdo" la chamarra original, es muy posible que el Che hubiese sido cubierto con una prenda similar.
La historia de la chamarra no prueba nada y parece nada más que una invención como tantas otras que terminan "autoconvenciendo" a quienes las propalan. No es una pieza clave para la identificación. Me recuerda al "maletín de médico del Che" presentado hace unos años en las pantallas de la televisión con gran entusiasmo por una despistada periodista, o a muchas personas que dicen que alojaron el Che en sus domicilios. O también al garzón de un céntrico restaurante paceño que asegura que le sirvió desayuno por varias semanas.
La aparente contradicción en los certificados de la autopsia tampoco prueba nada. Reginaldo Ustariz Arce, médico que estuvo presente en la exhibición del cadáver en 1967 y que ha realizado acuciosas investigaciones a lo largo de muchos años, sostiene que en realidad no se hizo ninguna autopsia y el protocolo firmado por los médicos Moisés Abraham y José Martínez estaba orientado únicamente a sustentar la primera versión militar de que el Che murió en combate y no fríamente asesinado, por eso trasladan el orificio letal, de la quinta a la novena costilla, "querían mostrar que no fue herido de muerte en el corazón", "Ernesto Che Guevara sólo tenía cuatro heridas de bala y no nueve..." asegura.
Por último, en tono triunfal los autores presentan como pista irreprochable un lapsus de Fidel Castro que en la reciente entrevista de Ignacio Ramonet (un libro camino a convertirse en bestseller mundial) al destacar el mérito de quienes hallaron los restos, dice del Che y de "otros cinco compañeros" en lugar de decir "seis". Pedirle exactitud matemática a un personaje de más de 80 años y que tiene miles y miles de cosas en su cabeza, como actor y testigo excepcional de toda una época, es simplemente demasiado.
Estilo panfletario y cajas de resonancia
Desde el título ("Historia de una ‘mentira’ de Estado") Rico y De la Grange utilizan en su trabajo el lenguaje de las siempre renovadas campañas propagandísticas anticubanas. "Gigantesco engaño", "golpe propagandístico perverso" del "dictador cubano", "grupo de gerifaltes encabezados por los hermanos Castro", "circo a falta de pan", Ramonet "amanuense" de Castro, "operación de inteligencia disfrazada de misión científica". El texto está plagado de improperios de ese estilo.
Y éste no es un detalle secundario. Revela el inconfundible apasionamiento político de los autores y les resta el más mínimo grado de objetividad. Se nota a lo largo de todo el texto, que formularon una hipótesis y buscan todas las argucias imaginables para probarla, ignorando o minimizando todos los elementos que contradigan su posición preconcebida. Cualquiera sabe que esa manera de trabajar está reñida con el oficio periodístico.
Y como no podía ser de otra manera, a partir del lanzamiento de sus acusaciones (no puedo llamarle reportaje) se ha desatado una ola de pronunciamientos similares de personas acostumbradas a hacerse eco de este tipo de provocaciones.
Ex agentes de la CIA como Félix Rodríguez y Eduardo Villoldo volvieron a salir a la palestra como vienen haciéndolo desde hace más de 20 años.
En Bolivia don Samuel Mendoza, quién sino, dio por ciertas todas las afirmaciones de Rico y De la Grange, reflotando un anticomunismo rampante al mejor estilo de las épocas de la "guerra fría".
Y claro está, Mario Vargas Llosa, visceralmente enemigo de la revolución cubana, no perdió la oportunidad de hacer lo mismo en su propio estilo. Si es contra Cuba y Fidel Castro ¡todo vale!
¿Una manada de bobos?
La búsqueda de los restos humanos de los protagonistas de la guerrilla de 1967 fue un proceso prolongado y totalmente abierto al público. En los momentos claves, centenares de periodistas bolivianos y de otros países cubrieron las noticias. Científicos argentinos, de probada experiencia en la identificación de "desaparecidos", colaboraron en los esfuerzos realizados por el equipo cubano compuesto por profesionales de varias ramas. Varias autoridades bolivianas supervisaron muy de cerca todo el trabajo.
Es más, en la identificación definitiva en el Hospital Japonés participaron profesionales bolivianos de medicina forense como el Dr. Celso Cuéllar, hoy vicepresidente de la Asociación de Medicina Forense de Bolivia, quien en declaraciones al periódico El Deber dijo recientemente que vio un "trabajo serio". "Hubiéramos dudado si se tratara de un solo hueso, pero era un esqueleto, que correspondía con las señas de lo que vestía en su último momento. Hubo un estudio antropométrico positivo al comparar el cráneo con fotografías, se hizo un estudio dentigráfico que coincidió en la ausencia de un premolar, y también faltaban las manos", explicó.
Las afirmaciones de Rico y De la Grange, secundadas por sus "cajas de resonancia", ex agentes de la CIA y escribidores profesionales del anticomunismo, son un verdadero insulto a los trabajadores de la información, a los profesionales de la medicina forense de por lo menos tres países, a las autoridades bolivianas de diferentes niveles y al público en general. Son una afrenta a la capacidad de raciocinio de cientos de miles de personas.
Y no es casual que aparezcan en vísperas de los 40 años de los sucesos, que, quiéranlo o no, exaltan las figuras de Ernesto Che Guevara y sus compañeros, como personas entregadas a una causa, que quisieron hacer avanzar a la humanidad con ideales justicieros y liberadores. Y, además, ponen de relieve que muchos de ellos fueron brutalmente asesinados en calidad de prisioneros.
Opciones
Los huesos del Che, al igual que los de los otros guerrilleros cubanos, bolivianos y peruanos, fueron identificados, entre otros factores, gracias al contexto histórico confirmado por el mencionado hallazgo del enterramiento colectivo. Corroborado, además, por las afirmaciones del coronel Mario Vargas Salinas, del general Luis Reque Terán y de otros que siempre sostuvieron la versión de la fosa común. Sólo los ex agentes de la CIA y la viuda del coronel Selich hablaban de un entierro del Che en solitario. No es pues evidente –como lo dicen Rico y De la Grange– que sobre esto había consenso entre los militares.
Pero, además, la identificación se corroboró por la ausencia de los huesos de las manos en el cadáver del Che, pues ellas habían sido cercenadas y llegaron a Cuba hace muchos años en circunstancias que no es el caso relatar aquí.
El trabajo realizado fue presentado con lujo de detalles en eventos internacionales de medicina forense, como un modelo de identificación, sin objeción alguna de centenares de especialistas.
La prueba de ADN, hasta donde sabemos, no se realizó porque salía sobrando. Se la efectúa sólo cuando hay dudas y en este caso no existía ninguna. Hacerla o no hacerla ahora es potestad de los familiares y autoridades cubanas.
Maite Rico y Bertrand de la Grange antes que insistir en el ADN deberían formar un equipo transnacional integrado por Rodríguez y Villoldo de la CIA para ir al lugar de los hechos y excavar. Vargas Llosa y Samuel Mendoza podrían ser los cronistas de esta aventura. El gobierno boliviano y la alcaldía de Vallegrande deberían darles todas las facilidades y garantías del caso. Vamos a ver si hallan los supuestos restos del Che que Villoldo dice saber con exactitud donde están todavía. En todo caso tendríamos circo para rato.