Gary Prado Salmón sostuvo siempre que capturó al Che, pero no fue su verdugo. ¿Qué razones tuvo entonces para negar reiteradamente que sus restos estuvieran enterrados en Vallegrande?
Prado Salmón sostuvo siempre que capturó al Che, pero no fue su verdugo. ¿Qué razones tuvo entonces para negar reiteradamente que sus restos estuvieran enterrados en Vallegrande?
Confieso que por momentos llegué a pensar él poseía alguna información altamente reservada con base en la cual afirmaba rotundo que no había ningunos restos que buscar.
El único sustento para sus afirmaciones era un instructivo de los mandos militares que ordenaba cercenar las manos del Che para fines de identificación y luego quemar y esparcir los restos. No se quería una especie de santuario donde se venerara la memoria del comandante guerrillero.
Cremación imposible
Un primer elemento que me convenció de que la versión de Prado Salmón era deleznable lo obtuve hace varios años en el Cementerio General de La Paz, cuando indagué qué tiempo demandaba la cremación de un cadáver “fresco”: por lo menos 24 horas con una llama de 1.200 grados de temperatura, me dijeron. Conclusión: el Che no pudo ser quemado y esparcido como decía la historia oficial. No existía en Vallegrande nada parecido al horno crematorio paceño.
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También por varios años rondó por mi mente la sospecha de que el Che hubiera sido «esparcido» de todas maneras, sin la previa cremación. Es decir, arrojado a la selva desde un avión. Así por lo menos se procedió –según varios testimonios– con Jorge Vázquez Viaña (El Loro), guerrillero herido y prisionero en Camiri.
Nuevos y viejos indicios
En el marco de la búsqueda febril de los restos, fines de 1995 y comienzos de 1996, un equipo de periodistas de la revista alemana Der Spiegel, sin medir gastos en un inusitado despliegue investigativo, pretendió obtener la primicia del hallazgo de los restos. Y estuvo muy cerca de lograrlo. Les sobraba dinero, pero les faltaba la pasión motivadora y, obviamente, la paciencia y profesionalidad del equipo de investigadores cubanos y argentinos.
Colegas que trabajaron con los alemanes deslizaron algunas importantes conclusiones una vez que la investigación fue suspendida. El Che estaría enterrado en las proximidades de Vallegrande. El sitio exacto lo sabían algunos militares que se negaron a revelarlo.
La información filtrada por los alemanes ratificaba una vez más la antigua versión de Edwin Chacón Aramayo, quien fue uno de los corresponsales de Presencia durante la época guerrillera: el Che y varios de sus compañeros estaban enterrados en las proximidades de la pista aérea de Vallegrande.
En la misma dirección apuntaba la afirmación del general Luis Reque Terán cuando la carrera de Historia de la UMSA y la Asociación de Periodistas de La Paz lo invitaron a un debate en ocasión de la presentación del segundo tomo de la serie El Che en Bolivia, en septiembre de 1993. Él dijo que los restos del Che, al igual que los de otros guerrilleros, estaban enterrados en algún lugar de Vallegrande, y para evadir respuestas comprometedoras añadió que los que sabían exactamente dónde ya habían fallecido.
Historias oficiales
Cuesta creer que en este caso Gary Prado haya mentido deliberadamente como creían los periodistas alemanes y como seguramente muchos lo creen todavía ahora. Por otra parte, es imposible no suponer que estaba en condiciones de llegar por sí mismo a las conclusiones acertadas, aun en conocimiento de que existían órdenes militares para la incineración.
Es muy sabido que no siempre las órdenes se cumplen, ni menos al pie de la letra. Prefiero suponer que fue víctima de la ofuscación, originada en su adhesión incondicional a la institución armada. Se aferró a una versión oficial cada vez más inverosímil bajo la creencia de que así contribuía a alejar el fantasma del Che.
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Todos los testimonios militares, del propio Gary Prado, y de oficiales de alta graduación como Saucedo Parada, Reque Terán, Arana Serrudo y Vargas Salinas, coinciden en admitir la ejecución del Che, sin ningún atenuante. En forma unánime desmienten la primera versión oficial que pretendía hacer creer que cayó en combate. En cambio, el paradero de sus restos se manejó como un secreto militar. Versiones convergentes sobre el lugar en que en definitiva se los encontró iban y venían, pero ninguna de fuente castrense responsable, hasta que Mario Vargas Salinas habló más de la cuenta y sus revelaciones fueron claves para el hallazgo.
La afirmación de Prado Salmón, de que los restos habían sido incinerados por personal militar anónimo en un lugar no precisado, siempre fue deleznable. Pero tenía la fuerza de quien lo decía: un protagonista principal de los sucesos. Ahora es solo un mal recuerdo. Los restos del Che fueron recuperados, identificados plenamente y regresaron a Cuba.
Traspiés
Existen suficientes elementos históricos para sostener que el entonces joven capitán no participó directamente en la ejecución de la escuelita de La Higuera, así lo sostuvo desde el primer momento y lo reiteró toda su vida. Nadie podría sindicarlo de la muerte del Che. Lo capturó, sí, en cumplimiento de sus deberes militares, como lo describe en su libro La guerrilla inmolada (Santa Cruz, 1987).
Sin embargo, en 2016 hubo un amago de polémica con el historiador Gustavo Rodríguez cuando éste se refirió a un Informe del Ejército estadounidense desclasificado en el que se sostiene que Prado habría ordenado la ejecución del Che (Department of Defense.pdf/Ernesto Che Guevara file, www.paperlessarchives.com, pp. 4-8). Revisado ese documento lo hallamos totalmente inconsistente; por ejemplo considera al minero de Huanuni Simeón Cuba, “Willy” en la guerilla, como agitador cubano solo en razón de su apellido.
Por «espíritu de cuerpo», por «lealtad a la institución» o por razones políticas, Prado Salmón siempre justificó los hechos tal cual ocurrieron. Suponía que no había más alternativa que eliminar al prisionero, que las autoridades de entonces obraron de la única manera que podían hacerlo.
Hay varios puntos discutibles en un ambiente de serenidad y tolerancia democrática, lejos de la agobiante doctrina de la «seguridad nacional» que los Estados Unidos insuflaron a los militares latinoamericanos. Pero, ese modo de pensar y ese lenguaje le salió a flote a Prado Salmón cuando, ya retirado como general, se involucró, o lo involucraron de forma arbitraria, en el embrollado caso del asalto al hotel Las Américas del año 2009.
En resumen, por su carrera militar básicamente institucionalista y en pro de la democracia, por la entereza moral con la que enfrentó su temprana invalidez, por su actuación pública franca y abierta (no siempre aceptable para todos, claro está), considero que Gary Prado Salmón es una personalidad boliviana merecedora de un gran respeto.