El revolucionario boliviano Mario Monje, a quien Fidel Castro culpó de la muerte del Che Guevara, murió esta semana que termina en la capital rusa. La mañana de este martes 15 de enero, el médico de servicio del Hospital Clínico de Moscú informó sobre el deceso de Mario Monje, de 89 años.
Según los médicos, el paciente había sido ingresado la semana anterior con severas lesiones en cabeza y costillas, ocasionadas por caídas y una elevada temperatura corporal originada posiblemente por una neumonía. Tal la parte saliente de una nota de prensa suscrita por Valeria Markova y difundida en ruso vía internet por Nation News. Es posible que otros medios de difusión de la Rusia de Vladímir Putin se hayan ocupado con mayor despliegue de este deceso, pero esa escueta nota es lo único que encontró y tradujo a pedido nuestro, un boliviano que vive y trabaja en Moscú.
¿Quién era pues este personaje que según Rafael Archondo Jr. resulta el más denostado de la historia de Bolivia? Mario Monje Molina, alias Negro, iba a cumplir a fines de marzo 90 años. Había nacido en la pintoresca población yungueña de Irupana, en el departamento de La Paz, aunque allí nadie lo recuerda, no existe ningún tenue rastro suyo ni de sus familiares. Es como si el tiempo y el olvido hubieran borrado para siempre todas sus huellas de las primeras etapas de su vida.
Ya en la ciudad, como tantos jóvenes provincianos, se graduó de maestro y quizá ejerció por un tiempo la docencia escolar, antes de ser absorbido por el torbellino de la actividad política. Estuvo entre los muchachos que rompiendo con el Partido de la Izquierda Revolucionaria (PIR) fundaron el Partido Comunista de Bolivia en 1950.
Dado que su personalidad no se distinguía por rasgos carismáticos ni por una capacidad teórica de alto vuelo, hay que suponer que poseía especiales dotes para la maniobra y para sacar partido personal sabiéndose ubicar en situaciones complicadas, en las que mucho tenían que ver las relaciones con los “partidos hermanos”, especialmente aquellos que ejercían el poder en sus países. Eso explicaría que por encima de personalidades como las de Sergio Almaraz o Jorge Ovando, Monje haya devenido en ejercer la máxima dirección partidaria por más de una década, desde mediados de los años 50.
Su poder provenía precisamente de sacar el máximo provecho personal y político de las mencionadas “relaciones internacionales”. Por ese camino era inevitable que resulte involucrado en los proyectos cubanos de expandir en América Latina su experiencia revolucionaria. Los más conocidos fueron: el apoyo desde Bolivia a los intentos de armar un frente guerrillero en el Perú, que concluyó en un verdadero descalabro, por desajustes, improvisaciones y cambios intempestivos y otro similar en el norte argentino que, de prosperar; había permitido crear una base para el traslado del Che a combatir en su tierra natal, operativo realizado de modo impecable en el lado boliviano y cuya responsabilidad en el fracaso recae exclusivamente en argentinos y cubanos.
Tales antecedentes explican el dramático encuentro entre Mario Monje y el Che, aquel 31 de diciembre de 1966. Ambigüedades, simulaciones y maniobras de ambos lados quedaban atrás. Se veían las caras dos concepciones distintas, dos enfoques contrapuestos. El desenlace de ruptura y desacuerdo era previsible e inevitable. Lo demás es historia conocida. La guerrilla del Che de proyección continental, aplastada en la cuna. El jefe guerrillero convertido en un mito universal y el jefe político boliviano transformado en un “cadáver político” como él mismo lo previó cuando en 1970 respondió desde la cárcel un cuestionario de una revista argentina “Cristianismo y Revolución”. “Cadáver” político que al amparo del asilo soviético-ruso sobrevivió, sin embargo, hasta este último 15 de enero.
Continuara...