Ponencia presentada por Roberto Massari en la Conferencia Internacional “Carlos Marx: vida, ideas, influencia. Un examen crítico en el Bicentenario”. La Conferencia fue organizada por el Instituto de Investigación y Desarrollo Asiático (Asian Development Research Institute, ADRI) en Patna (Bihar, India), del 16 al 20 de junio de 2018.
Escena 2 [Dar es Salaam, 1965]
Escena 5 [Sierra Maestra, 1956-58]
Escena 6 [de La Habana a Moscú, 1959-63]
Escena 7 [de Moscú a La Habana, 1963-65]
Escena 9 [Vallegrande, 9 de octubre de 2017]
Primer tiempo
Ouverture
Escena 1 [La Paz, 1996]
A las 10:30 a.m. del martes 1 de octubre de 1996 cinco personas visiblemente emocionadas descendieron por el ascensor los 30 metros que conducían al sótano del Banco Central de Bolivia. Eran tres periodistas, un fotógrafo y un estudioso de Guevara a quienes por primera vez el Gobierno boliviano les había concedido el permiso para el libre acceso a la caja de seguridad «A-73» en la que se encontraba y todavía se encuentra el original del Diario guerrillero del Che.
En la caja, sin embargo, habían otros materiales de relevancia, como descubrió con emoción Carlos Soria Galvarro Terán (n. 1944), mi gran amigo, compañero de búsquedas y principal investigador del Che en Bolivia (en aquella época lo fue junto a Humberto Vázquez Viaña [1937-2013]). De hecho, en la caja encontraron a) el original en español del Diario de Pombo, al que se creía desaparecido posteriormente a su traducción al inglés, b) las hojas de evaluación de todos los miembros de la guerrilla, c) el cuaderno rojo de anillos con las páginas de diario del 7 de noviembre al 31 de diciembre de 1966 (además de notaciones y borradores de comunicados de prensa), d) la agenda alemana de piel sintética con las páginas del diario del 1 de enero al 7 de octubre de 1967.
Pero fue justo al final de esa agenda, en las últimas cinco páginas del listado de teléfonos, que Carlos hizo el descubrimiento más impactante para nosotros los estudiosos del Che y desde aquí va propiamente a comenzar mi reflexión con respecto a la relación entre Guevara y Marx: de hecho, eran cinco páginas que contenían una lista de 109 títulos de libros (15 de esos marcados con una crucecita roja), divididos por meses de noviembre de 1966 a septiembre de 1967 (cayendo en cantidad). Esa era una documentación inédita por completo, mostrando el interés profundo que el Che seguía cultivando para el estudio y la elaboración teórica hasta sus últimas horas de vida, a pesar de encontrarse en circunstancias desesperadas y sabiéndose destinado a la derrota (militar).
Carlos me envió las fotos de la lista y yo las publiqué en colores (para que resaltaran las crucecitas rojas) en el número 2 de Che Guevara. Quaderni della Fondazione/Cuadernos de la Fundación [CGQF], 1999, pp. 261-3.
Los títulos citados abarcaban una amplia variedad de temas y no aparecían conectados con un específico proyecto bibliográfico. Nos pareció a nosotros, los estudiosos, que pudieran ser divididos grosso modo en seis categorías: 1) filosofía y ciencia, 2) doctrina política y militar, 3) historia y sociedad latinoamericana, 4) historia, sociedad y antropología boliviana, 5) novelas y ficción mundial, 6) herramientas como diccionarios, repertorios estadísticos, problemas médicos.
Lo que aquí nos interesa es el primer grupo y en eso se podía incluir –además de N. Maquiavelo (El príncipe y otros escritos políticos), G.W.F. Hegel (Fenomenología del espíritu) y L. Morgan (La sociedad primitiva) – trabajos acerca del marxismo o de inspiración marxista, como los que siguen:
-
C.D.H. Cole, La organización política;
-
B. Croce, La historia como hazaña de la libertad;
-
M.A. Dinnik, Historia de la filosofía I;
-
F. Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, Dialéctica de la naturaleza;
-
M. Dilas, La nueva clase;
-
Lenin, El desarrollo del capitalismo en Rusia, Materialismo y empiriocriticismo, Particularidades del desarrollo histórico del marxismo, Cuadernos filosóficos;
-
Liu Shao-chi/Liu Shaoqi, Internacionalismo y nacionalismo;
-
G. Lukács, El joven Hegel y los problemas de sociedad capitalista;
-
Mao Tse-tung/(Mao Zedong), Sobre la práctica;
-
K. Marx, Crítica a la filosofía del derecho de Hegel;
-
R. Mondolfo, El materialismo histórico en F. Engels;
-
Trotsky, La revolución permanente, Historia de la revolución rusa I y II;
-
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional y colonial, La cuestión nacional y el leninismo, Cuestiones del leninismo;
-
Ch. Wright Mills, Los marxistas.
El último apellido en la lista –el único en el mes de septiembre de 1967– en un primer momento fue identificado como un aproximado «F. O. Nietzsche», haciendo iluminar los ojos a los que ya esperaban en lograr escribir un ensayo acerca de un posible «superomismo» del Che. Después de un tiempo, Carlos Soria descifró mejor ese nombre y estableció que era el del gran experto militar Ferdinando Otto Miksche (1904-1992) y su obra Fuerzas secretas [ver CGQF. N° 8/2010, p. 273].
Durante mucho tiempo no sabíamos qué interpretación dar de esa lista de libros, tan amplia pero de igual manera tan aparentemente desordenada, lo que hacía nacer la sospecha de que, en realidad, debería tener un orden específico, aunque bien oculto. De lo contrario, ¿cómo explicar que fue escrita en una agenda que se ocupaba como un diario militar y en una contingencia por cierto no favorable al estudio? Por otra parte, esa cantidad de más de un centenar de libros (algunos en grandes dimensiones) habría sido de veras excesiva para pensar que el Che pudiera llevárselos consigo durante los desplazamientos guerrilleros. Y si esos libros los hubiera dejado en los escondites que había construido en los campamentos preparados en los primeros meses –y desde allí luego confiscados por el ejército después de su descubrimiento–, seguramente hubieran resurgido en el mercado «clandestino» de objetos guevarianos, manejado durante años por algunos de los oficiales que participaron en las operaciones de contraguerrilla: los militares, de hecho, vendieron de forma privada todo lo que le había pertenecido al Che, y una posible «biblioteca itinerante» suya sin duda habría tenido una muy alta «oferta».
Sólo quedaba la posibilidad de pensar en una lista de deseos formulada por un erudito marxista tal como Guevara, con una amplia variedad de intereses y ya probado como gran devorador de libros a lo largo de toda su vida. O pensar una alternativa, que era un plan de lectura preciso, en que el sector «marxológico» debía de tener particular importancia.
Esa segunda hipótesis resultó ser la correcta, pero pudimos validarla sólo después de un tiempo, cuando apareció un nuevo documento, permaneció inédito durante mucho tiempo a pesar de la importancia que hubiera tenido «en su momento» para una exacta definición de la dimensión teórica guevariana más auténtica. La marea de tonterías que se escribieron en libros y artículos después de su muerte acerca del «marxismo-leninismo» del Che y de su presunta ortodoxia, hubiera también podido evitarse gracias a la carta que estoy a punto de examinar y que proporciona la clave explicativa del proyecto «boliviano» de lecturas arriba mencionado.
Escena 2 [Dar es Salaam, 1965]
Encerrado en la habitación del embajador cubano en Tanzania (Pablo Rivalta, 1925-2005), veterano de la derrota de la expedición militar en el Congo («La historia de un fracaso», como la llamó Guevara) y antes de trasladarse a Praga, el Che escribió una importante carta enviada el 4 de diciembre de 1965 a Armando Hart Dávalos (1930-2017). Él fue uno de los líderes históricos del Movimiento 26 de julio [M26-7], esposo de la fundadora de la Casa de la Américas (Haydée Santamaría Cuadrado [1920-1980]) y padre de la «trotsko-guevarista» Celia Hart Santamaría (1963-2008), quien se definió de tal manera a sí misma en los últimos años, antes de morir en un accidente automovilístico. Armando Hart fue el primer ministro de Educación en el gobierno cubano, desde 1959 hasta 1965. Luego fue el ministro de Cultura de 1976 a 1997 y dejó un montón de trabajos teóricos y entre esos vale la pena citar aquí el ensayo sobre Marx, Engels y la condición humana (2005). Más adelante vamos a ver el por qué.
Después de una introducción en la que Guevara informaba a Armando Hart de su propio reanudamiento del interés en los estudios de filosofía, la carta desarrollaba dos temas fundamentales: 1) la desolada observación del contexto en que se encontraban los estudios acerca del marxismo en Cuba por falta de materiales que no fueran los producidos por el mundo soviético; 2) un plan de estudios bien estructurado para ser aprobado e implementado lo más antes posible.
Cabe señalar que en la introducción estaba la admisión, por parte del Che, de haber intentado en dos oportunidades profundizar en la filosofía del «maestro Hegel», siempre terminaba noqueado, pero reafirmaba la convicción de tener que volver a comenzar los estudios filosóficos desde el principio (ver punto 2).
Por lo que se refiere al primer punto, Guevara afirmó que no existían en Cuba materiales serios del marxismo, excluyendo «los ladrillos soviéticos que tienen el inconveniente de no dejarte pensar, ya que el partido lo hizo por ti y tú debes digerir». El Che definió ese método como «antimarxista» y basado en la pésima calidad de los libros disponibles (principalmente de origen soviético). Libros que fueron publicados tanto por conveniencia editorial (puesto que la URSS contribuía financieramente, agrego yo) y tanto por «seguidismo ideológico» hacia los «autores soviéticos y franceses». Con los segundos, Guevara entendía referirse a los marxistas oficiales del PCF –que en ese período andaban en la onda no sólo en Francia, sino también en muchos otros partidos comunistas– reunidos bajo la supervisión de Roger Garaudy (1913-2012) - en esa época estalinista aún, antes de emprender los muchos cambios que lo llevarán a convertirse al Islam en 1982.
Con referencia al segundo punto, no es difícil reconocer una línea interpretativa aplicable a una parte importante del proyecto de lectura, ya mencionado, que el Che escribirá en Bolivia más o menos un año después. Este anterior plan de estudio (personal, pero que el Ministerio hubiera tenido que organizar también para el pueblo cubano) apareció dividido en ocho secciones. Y para cada sección se indicaron unos autores para publicarlos o para profundizarlos:
1. La historia de la filosofía enmarcada en el trabajo de un erudito, marxista si fuera posible (citando a Michail Aleksandrovič Dinnik [1896-1971], autor de una historia de la filosofía en 5 vols.), sin descuidar obviamente a Hegel.
2. Los grandes dialécticos y materialistas. De un comienzo, Guevara citó a Demócrito, Eráclito y Leucipo, pero las notas bolivianas nos hacen comprender que estaba también pensando en el trabajo de Rodolfo Mondolfo (1877-1976), conocido marxista italiano que emigró a Argentina en 1939 para escaparse como judío a las leyes raciales adoptadas por el fascismo. Una historia suya de El pensamiento antiguo había sido traducida al español y publicada en varias ediciones, comenzando en 1942.
3. Filósofos modernos. Sin hacer ningún nombre específico, el Che no excluyó la publicación de «autores idealistas», siempre que estuvieran complementados por un aparato crítico.
4. Clásicos de la economía y precursores. Adam Smith, los Fisiócratas...
5. Marx y el pensamiento marxista. Guevara se quejó de la inexistencia en Cuba de unos fundamentales textos marxistas y propuso la publicación de obras de Marx-Engels, Kautsky, Hilferding, Luxemburg, Lenin, Stalin «y muchos marxistas contemporáneos no totalmente escolásticos». Esa última advertencia reconectábase al punto 7.
6. Construcción del socialismo. Con atención especial a los gobernantes del pasado y las contribuciones de filósofos, economistas y estadísticos.
7. Heterodoxos y capitalistas (desafortunadamente recopilados bajo la misma sección [n.d.a.]). Además del revisionismo soviético (por lo que Guevara no pudo dejar de mencionar al Jrushchov de su época), entre los heterodoxos se nombraba a Trotsky, acompañado con una frase sibilina, casi diciendo que había llegado el tiempo para tomar en cuenta que él también había existido y que «escribió» varias cosas. Mientras que entre los teóricos del capitalismo puso como ejemplos Marshall, Keynes y Schumpeter, pero que tenían que ser «analizados con detenimiento».
8. Controversias. Con la advertencia de que merced a las controversias avanzó el pensamiento marxista, Guevara afirmó que no se podía seguir conociendo La filosofía de la miseria de Proudhon sólo a través de La miseria de la filosofía de Marx. Se necesitaba ir a las fuentes originarias. Rodbertus, Dühring, el revisionismo (entendiendo aquí el de la socialdemocracia alemana), las controversias de los años 20 en la URSS. El Che indicó esa sección como la más importante y quedó clara su intención controversial dirigida en contra del desenfrenado conformismo en el partido cubano y en el conjunto del mundo prosoviético. Y no por casualidad el argumento del «seguidismo» reapareció en la conclusión de su carta, con un toque de complicidad velada, fraternalmente dirigido a Armando Hart contra «los actuales responsables de la orientación ideológica», a la cual, según el Che, no habría sido «prudente» tramitar esa clase de proyecto de estudios.
Una invitación a ser «prudentes», que Armando Hart tomó demasiado literalmente, decidiendo mantener escondido por algunas décadas un texto tan precioso. Pero además de las preocupaciones bien fundadas del Che, él tenía una razón más específica para no dejar circular esa carta (y la hija Celia me comunicó [en octubre de 2006] que nunca pudo perdonarle eso cuando lo supo): el ministro de Educación cubano tuvo y tal vez todavía tenía unas especiales simpatías respecto a Trotsky y celosamente las guardó en secreto, puesto que nunca aparecieron en ninguno de sus libros. Pero Guevara –único líder cubano que de alguna manera había puesto hincapié en el asunto Trotsky– de alguna manera aprendió algo sobre eso. Para esto cuando en la carta nombró al famoso «hereje», dirigiéndose a Armando Hart lo llamó «tu amigo Trotsky». En la Cuba de 1965, un mes después de la Conferencia de la Tricontinental (enero de 1966) y el discurso de clausura de Fidel Castro (1926-2016) que también marcó de forma oficial y definitiva el paso de Cuba al campo soviético (ya ocurrido en la sustancia hace mucho tiempo), la sospecha de simpatías trotskistas habría sido incompatible con el cargo gubernamental. Por eso la carta «desapareció» durante más de treinta años.
Se publicó por primera vez en septiembre de 1997 en Contracorriente (a. III, n. 9) y luego por el mismo Hart en 2005, en el ya citado libro sobre Marx y Engels (pp. XLIII-XLVIII), con reproducción fotostática de las páginas originales. Así fue, por lo tanto, solo después de conocer un texto tan precioso para establecer el nivel de reflexión logrado por Guevara acerca del marxismo, que entre nosotros los que estábamos interesados en hacerlo, se hizo posible brindar una válida explicación para el proyecto de lecturas esbozado en la agenda del diario de Bolivia. En las palabras tomadas de Otro mundo es posible, por Néstor Kohan (n. 1967), principal estudioso del Che en Argentina:
«Esta carta permite observar el grado de madurez alcanzado por el Che en cuanto a la necesidad de búsqueda de una alternativa filosófica e ideológica autónoma frente a la “ortodoxia” marxista, incluyendo dentro de ella, tanto a la cultura oficial de la Unión Soviética como a la oficialidad por entonces en China» (Otro mundo es posible, p. 155).
En el momento en que escribió una carta tan importante, Guevara estaba experimentando un período de tumultuosa transición, acaso el más inestable de su vida, sin duda el más dramático: salió de Cuba y derrotado en el gran debate económico; después de la renuncia a los cargos gubernamentales y sin ciudadanía alguna; privado del apoyo de su gran amigo Ahmed Ben Bella (1916-2012) sacado del poder en junio de 1965 por el golpe de estado de Houari Bumedián (1932-1978) con quien había comenzado el declive de la revolución de Argelia; veterano del desastre congoleño; hostil a la política de la convivencia pacífica de los soviéticos; lúcido y feroz crítico del modelo de construcción del socialismo en la URSS; consciente de la involución que estaba viviendo la revolución cubana; ansioso por volver a lo que consideraba la auténtica práctica revolucionaria (la guerra de guerrillas); receloso de las certezas teóricas propagandizadas bajo la definición de «marxismo ortodoxo» y «leninismo».
Era evidente que la reflexión teórica que quería retomar en forma sistemática y casi «profesional» –y de la que por primero él mismo habló con Armando Hart (quizá porque él también tenía un vago olor de herejía...)– a su vez fue el producto de las últimas decepciones políticas. Sólo queda la duda acerca de cuán antiguas fueran las raíces «genéticas» de esas desilusiones, a las cuales sus nuevas reflexiones habrían tenido que poner amparo.
Flashback
Escena 3 [Lima, 1952]
Para responder se necesita retroceder en el tiempo, hasta el primer encuentro con el marxismo que el joven Ernesto había experimentado personalmente en Lima, Perú, en un período de su vida en que ya había decidido comprometerse en la búsqueda de su propio camino más allá de Argentina. Más allá de un gran País donde, a principios de los años 50, la alternativa ideológica para un joven de ideas radicales con la intención de luchar por los ideales de la emancipación social corría el riesgo de ser aplastado entre dos polos principales: el peronismo anticomunista o el antiperonismo estalinista. Por cierto no faltaban alternativas de tercera o cuarta clase, «mejores» pero menores, puesto que la patria de Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) y del movimiento continental de la Reforma Universitaria («el Grito de Córdoba» de 1918) fue el principal caldo de cultivo para las corrientes heréticas o heterodoxas más que cualquier otro país de América Latina, tal vez sólo seguido por México. Pero para ese tiempo el joven Ernesto no lo pudo olfatear o sentir la necesidad de hacerlo.
De algún interés en el proceso de su formación teórica es el hecho que al final de la escuela secundaria había comenzado a redactar un «diccionario filosófico», quedándonos unos extractos y la descripción dada por su amigo de infancia en Alta Gracia, José «Pepe» González Aguilar (n. 1928?).
Los cónyuges Guevara eran antiperonistas, pero no marxistas, sino católicos no practicantes. La madre (Celia de la Serna y Llosa [1906-1965]) fue una mujer muy independiente, radical y dotada de considerables intereses intelectuales, inconformistas para la época y el entorno en que vivió: su influencia fue determinante sobre la formación de Ernesto y esto es reconocido por muchos, comenzando por el segundo de sus hermanos (Roberto Guevara [n. 1932]) que con gran énfasis me habló de eso por primera vez en noviembre de 1992.
El grupo de los amigos pertenecía principalmente a familias antifascistas y antifranquistas, pero no comunistas. Una excepción era Tita Infante (m. 1976), amiga de los años de la universidad, con quien Ernesto mantuvo un largo e intenso intercambio epistolar desde 1947, correspondido por ella con sentimientos que llegaban algo más allá de la simple amistad. Tita pertenecía a la Juventud comunista de la Facultad de Medicina de Buenos Aires y a veces Ernesto le comunicaba sus avances en la lectura de los primeros textos marxistas. De acuerdo con el testimonio de Celia Guevara de la Serna (hermana del Che, n. 1929) - reportado por Adys Cupull (n. 1937) y Froilán González (n. 1943) (en Cálida presencia, p. 12) - fue ella quien lo introdujo en la lectura de Aníbal Ponce (1898-1938), el gran psicólogo argentino que murió en México, y de cuya extensa obra los dos leyeron en específico los textos más propiamente marxistas: Educación y lucha de clases, El viento en el mundo y especialmente (fundamental para la futura elaboración de una ética marxista por parte del Che) Humanismo burgués y humanismo proletario.
En el círculo de las amistades, era una excepción el «Petiso» también, su compañero en el conocido viaje en moto –Alberto Granado Jiménez (1922-2011)– el bioquímico que desde los años universitarios se vinculó al Partido comunista argentino, en aquel entonces encabezado por un notorio exponente del estalinismo, el italiano Victorio Codovilla (1894-1970).
Y fue propiamente durante el viaje con Granado que el joven Ernesto tuvo la oportunidad de asistir al Dr. Hugo Pesce (1900-1969), leprólogo de capacitación médica italiana e internacionalmente reconocido, especialista en fisiología, apasionado por la filosofía e intelectual dotado de «una formidable cultura marxista» –tal cómo Ernesto le describió en una carta a su padre (don Ernesto Guevara Linch [1900-1987]). Pesce pertenecía al Partido comunista peruano y en 1929, en la Conferencia comunista de Buenos Aires, fue uno de los dos delegados mariateguianos, es decir seguidores de José Carlos Mariátegui (1894-1930), el mayor marxista latinoamericano cuyo pensamiento desde ese momento comenzó a tener una influencia considerable en la formación del joven Ernesto, especialmente en estimular la precocidad del «descubrimiento» de la cuestión social indígena, andina en lo específico.
De hecho, no puede excluirse que el interés teórico de Ernesto por los indios (de un comienzo nacido de la pasión por la arqueología precolombina y sólo después de un tiempo transformado en un tema de lucha anti-imperialista) y por el pensamiento de Mariátegui comenzó justo en la casa de Hugo Pesce. Él alojó a los dos jóvenes amigos en un hospital, pero a menudo los tuvo en calidad de huéspedes en las comidas. Gracias a sus diarios conocemos cuánta influencia positiva tuvieron en Ernesto las conversaciones con ese alumno directo de Mariátegui, a la vez hombre de ciencia y con una dialéctica marxista. Si realmente el marxismo de Guevara despegó de allí —tal como están inclinados a pensar los principales biógrafos— debe decirse que no pudiera haber comenzado mejor, en un sentido político y filosófico.
«Coming at the right moment in his own quest for a guiding social philosophy, Pesce’s beliefs and personal example offered a potential structure to emulate. From then on, the idea that he should find something similar for himself began forming in Ernesto’s mind. As for Marxism-Leninism, he was interested, but he still had to acquire more knowledge before committing himself to a particular ideology» (Anderson, pp. 85-6). §«Llegando en el momento correcto en su propia búsqueda de una filosofía social orientadora, las creencias de Pesce y su ejemplo personal ofrecieron una estructura potencial para emular. A partir de entonces, la idea de que debería encontrar algo similar para él comenzó a formarse en la mente de Ernesto. En cuanto al Marxismo-leninismo, estaba interesado, pero aún tenía que adquirir más conocimiento antes de comprometerse con una ideología particular».§
La estimación que Guevara mantuvo hasta el final por ese complejo y fascinante personaje de médico/militante/marxista (un reflejo obvio de lo que el mismo Ernesto aspiraba a convertirse, captando en Pesce una especie de «Alter-super-ego»), se confirma por las palabras que él mismo escribió en 1962 como dedicatoria a su libro Guerra de guerrillas:
«Al Doctor Hugo Pesce que provocara, sin saberlo quizás, un gran cambio en mi actitud frente a la vida y la sociedad, con el entusiasmo aventurero de siempre, pero encaminado a fines más armónicos con las necesidades de América. Fraternalmente Che Guevara».
Escena 4 [Roma, 1969]
Gracias a un evento fortuito de la historia, también la segunda influencia decisiva para la adhesión al marxismo de Ernesto Guevara fue peruanoça, en la persona de una joven economista con los inconfundibles rasgos incas, militante del bando izquierdista de la Apra (la Alianza popular revolucionaria americana fundada en 1924 en México por Víctor Raúl Haya de la Torre [1895-1979]), refugiada en Guatemala y políticamente activa en el grupo de los exiliados: Hilda Gadea Acosta (1925-1974), primera esposa del Che y madre de Hildita (1956-1995). Su personal vicisitud como mujer que fue cortejada por un buen tiempo, luego esposa y madre, en el rol de «profesora» de marxismo para el Che, de pareja de lucha en Guatemala en 1954 y en México casi hasta la salida del Granma en 1956, se entrelazó con años fundamentales en el itinerario teórico de Ernesto: los años en que ocurrió su adhesión definitiva al marxismo, por razones primero ideológicas pero también dirigidas a tareas políticas y de lucha. Una perfecta conjunción de teoría y praxis que difícilmente puede ejemplificarse en los «Manuales» o en otros conocidos exponentes del «marxismo-leninismo».
Fueron «años claves» para el surgimiento de esta figura que se ha convertido en una de las más emblemáticas del marxismo revolucionario del siglo XX, como repite con razón el título del libro que Hilda decidió escribir para contar ese asunto humano y político (Años decisivos, 1972). Gracias a esa decisión (sufrida, como personalmente puedo testificar) ella nos dejó un testimonio irreemplazable, teóricamente elaborado, sincero y confiable, también enriquecido por el mérito adicional de describir desde adentro, y por lo tanto, en términos psicológicos, de una transformación ideológica tan importante de Ernesto Guevara.
Además de la tarea de relatar el episodio guatemalteco-mexicano del Che, Hilda se encargó otra misión a cumplir, puesto que su hermano Ricardo Gadea (n. 1939, directivo del Movimiento de izquierda revolucionaria [Mir]) estaba en prisión en Perú, junto con otros notables presos políticos como Hugo Blanco Galdós (n. 1934), Héctor Béjar (n. 1935), Helio Portocarrero Ríos, siempre en riesgo de sus vidas. Ya que en Italia habían unas personalidades muy conocidas en el sector de la cultura (el compositor Luigi Nono [1924-1990], el pintor Ennio Calabria [n. 1937] y otros) comprometidos en participar en una campaña de denuncia, Hilda eligió a nuestro País para establecer un Comité de solidaridad con los presos políticos peruanos, permaneciendo unos largos períodos entre 1969 y 1971. Y desde el año anterior en Cuba (donde yo fui invitado por el Gobierno, de julio a diciembre de 1968) nació entre ambos una gran comprensión y una hermosa amistad, ella me pidió que la ayudara a constituir y dirigir ese Comité. Todo eso fue facilitado por el hecho de que en Roma Hilda vivió en la casa de mi hermana Rossana (n. 1940), donde por algún tiempo yo viví también, por no tener todavía un hogar permanente. Y fue allí donde ella comenzó a escribir el libro de memorias respecto al Che y fui yo, por una casual cadena de eventos, el primero o uno entre los primeros «lectores» entre los que Hilda contó en voz lo que más tarde pudo leerse en su libro.
Todo lo que ocurrió entre Guatemala y México ya es historia conocida, relatada en las principales biografías; pero esa de finales de los 60, Hilda fue la única fuente directa y confiable acerca del tema de la formación marxista del Che, puesto que la «maestra» había sido ella: eso pudo ocurrir porque tenía más preparación que Ernesto, siendo licenciada en economía, y en especial porque tenía una formación marxista anti-ortodoxa, de origen aprista (por lo tanto más genuinamente latinoamericana) y no soviética (es decir, estalinista y dogmática).
Ya he proporcionado un informe acerca de esas conversaciones «romanas» con Hilda en mi Che Guevara. Pensiero e politica dell’utopia (de 1997) y no me parece que exista la necesidad de repetirlas aquí. Sin embargo, puede ser interesante informar acerca de los títulos o los nombres de los autores que los dos leyeron, comentaron y discutieron (a veces incluso con mucho ánimo, como escribió el Che en una carta a su familia): Tolstói, Gorki, Dostoievski, Kropotkin (Memorias de un revolucionario), Engels (Anti-Dühring, El origen de la familia, Del socialismo utópico al socialismo científico, etc.), Lenin (¿Qué hacer?, Imperialismo…) y obviamente varias obras de Marx, además del Manifiesto y el Capital. Con relación a ese último, Hilda escribió:
«...y El Capital de Marx, con el que estaba yo más familiarizada por mis estudios de economía» (p. 36).
Queriendo resumir el punto de vista de Hilda Gadea con respecto a ese episodio de intenso intercambio teórico y de una nueva y entusiasta adhesión guevariana al marxismo, tengo que decir que en las conversaciones que tuvo conmigo hizo hincapié en dos aspectos que para la época fueron cruciales y que con el tiempo, en cambio, se han dispersado entre las brumas de las divergencias teóricas ya superadas y obsoletas.
En primer lugar, Hilda mantuvo viva y transmitió a Ernesto la concepción que para la revolución en los países atrasados, dependientes o en vía de desarrollo, no se puede contar en las burguesías nacionales, ni como tales –es decir en su conjunto como concreciones históricas de ciertas clases capitalistas dependientes (las que yo ya me refería con ella, con la definición de «subimperialistas»)– ni en sus sectores supuestamente progresistas. Estos sectores aparecían inevitablemente marcados por intereses clasistas que en último término siempre los llevarían a chocar con los procesos de real emancipación social, tanto en el mundo rural como con el proletariado urbano. Como mérito de Hilda y honor a Guevara, debe reconocerse que nunca falló en esta intuición política fundamental obtenible de la mejor tradición teórica del marxismo revolucionario del siglo XX.
En segundo lugar, ella intentó conquistar a Ernesto hacia la crítica radical del marxismo soviético, tanto por las responsabilidades que tuvo en el pasado por el proceso degenerativo de la revolución de Octubre, tanto por su política contemporánea de convergencia con el imperialismo en mantenimiento del status quo mundial. Es verdad, sin embargo, que Hilda albergaba ilusiones acerca del comunismo chino, y en la época del conflicto URSS-China fue un argumento de candente actualidad. Veremos que Guevara no siempre la escuchó con referencia a ese doble carácter de la realidad internacional nacida en Yalta y que pasará por balanceos en favor y en contra del marxismo soviético, a favor y en contra del llamado «maoísmo», desafortunadamente perdiendo su vida antes de llegar a la síntesis superior de ambos rechazos.
Pero de eso hablaremos más adelante.
Acerca del compromiso asumido por Ernesto en su estudio del marxismo en los años de Guatemala y México (1954-56) también tenemos tres testimonios de sus propios amigos o futuros compañeros de la expedición en Cuba. Habla de eso Mario Dalmau de la Cruz, un cubano exiliado en Guatemala a raíz de su participación en el asalto al cuartel Moncada (Ernesto «había leído toda una biblioteca marxista», en Granma del 29 de octubre de 1967). Habla de eso Darío López que nos informa que fue el Che el que eligió las obras del marxismo para la biblioteca del campo de entrenamiento de los participantes en la expedición del Granma y que fue embargado por la policía mexicana (en Granma del 16 de octubre de 1967).
Y el argentino Ricardo Rojo (1923-1996), el compañero de viaje que escribió la primera y muy concurrida biografía de Guevara y que inventó la célebre frase erróneamente acreditada a él («Hay que endurecerse, pero sin perder la ternura jamás»). Rojo nos informa que gracias a la amistad con Arnaldo Orfila Reynal (1897-1998), el argentino que dirigió la mayor editorial de México (el Fondo de Cultura Económica), Guevara pudo colocarse como vendedor de libros y, por lo tanto, tuvo a su disposición muchas obras que de otra manera no hubiera tenido la oportunidad de adquirir:
«Los clásicos del marxismo, la colección de obras de Lenin, textos relativos a la estrategia militar de la Guerra civil española, pasaban antes los ávidos ojos de Guevara por la noche, y a la mañana volvían al interior de la cartera de cuero con la que recorría oficinas y casas particulares» (Mi amigo el Che, p. 87).
El director del FCE proporcionó a Guevara los tres volúmenes del Capital y él –si los leyó por completo o no, puesto el escaso tiempo disponible y las dificultades de estudio que implicaban– se encontró a los pocos meses dando lecciones de marxismo y Marx a los cubanos del Movimiento 26 de julio. A Marx le llamaba en broma «San Carlos», haciendo la mueca a los «héroes» de la Sagrada Familia.
Ernesto comunica su nuevo compromiso en una carta algo codificada enviada a su madre el 17 de junio de 1955. Y de manera similar le escribió a su querida tía Beatriz Guevara Lynch el 8 de enero de 1956:
«...leo frecuentemente a San Carlos y sus discípulos, sueño con ir a estudiar la cortisona con una francesita de ésas que se las sepan todas...».
El argumento de «San Carlos» aparece en muchas otras cartas del período enviadas a sus seres queridos: el 15 de abril de 1956 a su padre; entre agosto y septiembre a su madre; alrededor de octubre a Tita Infante («asiduo lector de Carlitos y Federiquitos y otros itos»); nuevamente en octubre a la madre («Ahora San Carlos es primordial, es el eje, y será por los años que el esferoide me admita en su capa más externa»).
Por lo tanto, no puede haber dudas de que si comenzó su adhesión al marxismo en las conversaciones con Hugo Pesce, sin embargo fue realmente construida con la avalancha de lecturas realizadas en Guatemala y México, parcialmente bajo la guía de Hilda Gadea, y en parte bajo la presión de los eventos y los nuevos compromisos políticos, incluida la formación militar dada por el general de la Guerra civil española Alberto Bayo y Giroud (1892-1967), la captura y la cárcel mexicana, la preparación final de la expedición del Granma.
Entre todo eso también ocurrió el «descubrimiento» de la lucha de clases, la verdadera por supuesto, armada y masiva, obrera por su composición social y reclamos: fue la revolución boliviana que comenzó en 1952 y que Guevara vivió como testigo directo en el verano de 1953. Y también esa experiencia tan formadora tendría que colocarse en la lista de los elementos que conquistaron Guevara al marxismo, sobre todo hacia una concepción característica y más auténtica, para la cual el compromiso en la práctica nunca debería separarse de la elaboración teórica. Pero acerca de la importancia de la primera experiencia boliviana del joven Ernesto sólo se puede hacer referencia a otras obras.
Igual cosa puede aplicarse a la experiencia de la fracasada revolución en Guatemala de Jacobo Árbenz (1913-1971): un evento en que Guevara vio frustrado su primer verdadero sueño revolucionario y en que activamente se involucró por primera vez en una lucha de masas. Desilusionado por el trato conciliatorio y sumiso del Partido comunista local (el Partido guatemalteco del trabajo) [Pgt]) dibujó un balance negativo de esa experiencia en su primer artículo político. También bloqueó su militancia en el partido al que estaba a punto de adherir, después de haber entendido que no era suficiente llamarse a sí mismo «marxista» para serlo de veras: desde ese momento comenzó su desconfianza hacia la forma partido como tal. En el transcurso de su intensa vida política como luchador por la causa de la revolución él no perteneció a ningún partido que fuese realmente tal. En cambio, fue miembro y miembro activo del M26-7 y su expresión armada (el Ejército Rebelde) hasta que este movimiento sobrevivió. De hecho, es sabido que Guevara salió de Cuba antes de que se formalizara la constitución del Partido comunista de Cuba [Pcc] y la designación en octubre de 1965 de su Comité central en el cual el Che nunca participó.
Intervalo
Escena 5 [Sierra Maestra, 1956-58]
El intervalo fue real: una genuina ruptura «epistemológica» podría decirse con un tanto de ironía althusseriana, ya que entre la salida para la expedición del Granma y la conclusión victoriosa de la campaña de Las Villas –que Guevara terminó con la batalla de Santa Clara, donde empezó su «leyenda»– la reflexión filosófica en textos del marxismo y la lectura de los textos mismos se interrumpió. La interrupción siguió un poco más de dos años, comenzando con la salida de Túxpan (adonde el único en tener una anterior experiencia militar fue el italiano Gino Doné [1924-2008] por su participación en la Resistencia en Veneto), pasando por la ocupación de los dos principales bastiones militares de La Habana –bajo la dirección del Che y de Camilo Cienfuegos (1932-1959)– para terminar con el establecimiento del nuevo régimen dirigido por Fidel Castro. Fueron tiempos de guerra de guerrillas en las montañas y ataques en las ciudades, de huelgas, de la reforma agraria, de las expropiaciones y las nacionalizaciones, de la creación de una nueva estructura del Estado. Por cierto no fueron tiempos de reflexión teórica, de estudio o profundización del legado marxiano.
De los Pasajes de la guerra revolucionaria y de los recuerdos de muchos combatientes uno recibe la percepción de un profundo desinterés hacia los problemas de la teoría política por parte del liderazgo castrista –en eso, de manera muy diferente de lo que sucedió en el primer período de la revolución rusa– y puede tenerse la impresión de que el Che se cerró en una especie de auto-aislamiento teórico. Él mismo admitió eso, escribiendo al personaje político que personalmente siempre he considerado el más representativo de la revolución cubana (el comandante René Ramos Latour [«Daniel», 1932-1958]), que murió en combate, pero después de haberse enfrentado al Che en una controversia que merecería la mayor atención, mientras que, en cambio, para la hipocresía política, siempre queda casi ignorada o disminuida de una u otra manera.
El día 14 de diciembre de 1957, el Che le escribió una larga carta, muy crítica acerca de las posiciones del llano (el M26-7 en las ciudades, donde Daniel fue el líder principal después de la muerte de Frank País [1934-1957]), declarando:
«Pertenezco, por mi preparación ideológica, a aquellos que creen que la solución de los problemas del mundo está tras el llamado telón de acero y considero este movimiento como uno de los tantos provocados por el afán de la burguesía de liberarse de las cadenas económicas del imperialismo.
Siempre he considerado a Fidel como un auténtico líder de la burguesía de izquierda, aunque su personalidad está caracterizada por cualidades personales de extraordinario valor, que lo ponen muy por encima de su clase.
Con aquel espíritu inicié la lucha: honestidad sin la esperanza de ir más allá de la liberación del país, dispuesto a irme cuando las siguientes condiciones de lucha hicieran girar hacia la derecha (hacia lo que ustedes representan) toda la acción del Movimiento» (las bastardillas son mías).
Aquí sería muy largo explicar el objeto de la controversia que, sin embargo, es de mayor interés para entender la dinámica de la revolución cubana, y por otra parte ya lo hice en detalle en otras ocasiones. Pero debe tenerse en cuenta por lo menos un par de aspectos: a) Guevara logró considerarse definitivamente parte del mundo comunista (soviético) y como marxista se consideró a sí mismo un militante aislado adentro del movimiento democrático burgués y, a pesar de que el M26-7 estaba involucrado en una lucha armada, el Che estaba dispuesto a confiar en ese movimiento sólo hasta cierto punto (era evidente la enseñanza de Hilda Gadea). b) Ya en 1957 él creía que no podía agotar su acción revolucionaria dentro del movimiento cubano y anunció, con auténtico espíritu profético, su intención de irse a «otras tierras del mundo», como va a suceder menos de diez años después, si su formación ideológica se hubiera vuelto incompatible con el proceso revolucionario en curso. Fue una prueba inequívoca del espíritu internacionalista que animó su reciente adhesión al comunismo, aunque por el momento coincidió con la orientación soviética.
Eso era mucho, pero también era todo. No hay nada más de interés para nuestra reflexión con respecto a la evolución de su marxismo que pueda extraerse de los años en la Sierra Maestra y la primera formación del nuevo régimen cubano.
Segundo tiempo
Historia ortodoxa
Escena 6 [de La Habana a Moscú, 1959-63]
Como se sabe, el gobierno revolucionario asignó al comandante Guevara tareas muy importantes, pero todas internas al ámbito económico como presidente del Banco Nacional de Cuba, en una primera fase, y luego como ministro de la Industria (en aquella época unificada en una sola cartera) hasta el día de su renuncia, que entró en vigencia entre finales de 1964 y la primavera de 1965.
Se le confiaron también unas importantes misiones en el extranjero, que él asumió casi como si fuera un real ministro de Relaciones exteriores – en la Onu, en la Oea (Organización de los Estados americanos), los países del comecon, los nuevos, las naciones africanas, varios movimientos de liberación nacional, convirtiéndose en una especie de «embajador itinerante» de la revolución cubana. Ese aspecto muy importante de su actividad gubernamental va más allá de nuestra reflexión. Todas las biografías hablan prácticamente de eso, pero para obtener una visión general y un testimonio directo, recomiendo especialmente el libro Caminos del Che, del comandante «Papito» Jorge Serguera (1932-2009) que, gracias a su total identificación con las directivas secretas del gobierno cubano, desempeñó un papel fundamental en unas operaciones muy «delicadas»: por ejemplo como embajador en Argel en la época de Ben Bella o encargado de las relaciones con Juan Domingo Perón (1895-1974) en el exilio español.
Los años del Che ministro de la Industria fueron de gran recuperación de sus estudios del marxismo, al igual que de muchos otros argumentos necesarios para el gestión de su Ministerio: un sector en que él tuvo que aprender todo desde cero, pero demostrando habilidades de aprendizaje verdaderamente excepcionales. Es obvio que la naturaleza específica de esa tarea lo llevó a profundizar el estudio de Marx y los epígonos especialmente en la crítica de la economía política. Pero como veremos en la siguiente escena, eso no originó en él desvíos de un género economicista. Ni mucho menos.
Y también su asidua e hiperactiva frecuentación de las fábricas y otros centros productivos no lo transformaron en un obrerista. Desde ese punto de vista, su formación marxista antidogmática y originalmente heterodoxa constituyó una eficaz vacuna en contra de las deformaciones que hubieran sido «naturales» en un neófito del estatismo comunista, a lo largo de una primera etapa admirador del modelo soviético y las obras de sus ideólogos en el sector económico; en Cuba, esos textos comenzaron a circular en español mucho antes de que el país ingresara oficialmente en el Came (Comecon, 1972). Esa parte de la acción y formación económica guevariana fue ampliamente reconstruida por su ex viceministro, Orlando Borrego (n. 1936), en el libro Che, el camino del fuego de 2001 (en específico en los primeros cinco capítulos).
La mejor antología de textos del Che dedicados a cuestiones económicas, en cambio, fue publicada con motivo del vigésimo aniversario de su muerte, por el historiador Juan José Soto Valdespino (Temas económicos, 1988). Obviamente no pudo contener los textos guevarianos dedicados a la polémica con las concepciones económicas soviéticas, cuya publicación fue retrasada por el gobierno cubano hasta 2006, cuando la URSS ya no existía desde hacía unos quince años (hablaré más adelante de eso). Para un estudio más actualizado de las ideas económicas del Che puede recurrirse a la Introducción al pensamiento marxista editado por Néstor Kohan por la Cátedra Ernesto Che Guevara de las Madres de la Plaza de Mayo.
Más allá de su compromiso en el sector económico, el Che siguió leyendo, tanto como le fue posible, de Marx y del marxismo oficial, sintiéndose totalmente identificado en esa etapa con la política de acercamiento con los soviéticos que Fidel Castro comenzó en la isla desde los primeros meses después de la victoria revolucionaria. En ese camino, Guevara tuvo un rol de conducción, comenzando con la propuesta a la editorial del Estado de publicar unos textos teóricos producidos afuera del «telón de acero», pero sobre todo en la difícil tarea de «rehabilitar» al Partido comunista local (el Partido socialista popular [Psp]). Además de la originaria hostilidad hacia el M26-7 y la ausencia como liderazgo (pero no como militantes básicos) del proceso revolucionario, ese partido también tenía que hacerse perdonar el apoyo brindado al primer gobierno de Fulgencio Batista (1901-1973) en 1940-44 –en que había participado con dos ministros– y los posteriores lazos de colaboración ambigua mantenidos con el segundo gobierno (después del golpe de Estado batistiano de 1952), llegando incluso a contrarrestar los intentos de derrocarlo, como p. ej. el asalto al Cuartel Moncada.
¿Sabía Guevara de ese pasado colaboracionista del Psp? Es difícil decir en qué medida y hasta cual punto, porque también después de la victoria de 1959 se hicieron desaparecer de las bibliotecas todos los posibles documentos comprometedores acerca del Psp de Blas Roca (1908-1987), como pude averiguar personalmente en 1968. Pero en el período inmediatamente posterior a la toma del poder, la identificación de Guevara con el modelo soviético era tan fuerte como para empujarlo a subestimar ese pasado del estalinismo cubano. Él lo lamentará más tarde con amargura, cuando los ataques más duros a su gestión de la industria vendrán de los antiguos Psp, mientras que el aparato internacional soviético de propaganda comenzaba una campaña de difamación después de su desaparición por supuesta pérdida de la razón, tanto que le convirtieron en... trotskista.
Pero a principios de la década de los 60, esto ni siquiera parecía tener lugar en el horizonte para el ministro Guevara. De hecho, son los años en que su marxismo es homólogo a los estándares dogmáticos y escolásticos del «materialismo dialéctico» de molde soviético –el infame Diamat– empujándole hacia formulaciones empapadas con el evolucionismo vulgar y el mecanismo, que solo después llegará a rechazar.
El texto básico y más famoso de esta reducción «cientificista» del marxismo es «Notas para el estudio de la ideología de la Revolución cubana» (en Verde Olivo, octubre de 1960), donde la adhesión al marxismo en el ámbito de las ciencias sociales se equiparan con la definición que se auto-atribuye el científico en el sector de las ciencias naturales, físicas o matemáticas. Las comparaciones que proporciona Guevara son muy cuantiosas cuando afirma que a un físico nadie irá a preguntarle si es «newtoniano» o si es biólogo «pasteuriano», porque tales asuntos en ellos son por definición y por impulso natural. E incluso si nuevas investigaciones y nuevos hechos condujeran a un cambio en las posiciones iniciales, siempre va a existir un trasfondo de verdad en los instrumentos utilizados para alcanzar presuntas certezas científicas. Y eso es lo que le ocurre a quien se considera marxista y que de hecho es marxista. En la comparación «científico-naturalista» con el marxismo sigue citando Einstein con la relatividad y Planck con la teoría cuántica, que según Guevara nada quitaron a la magnitud de Newton: lo superaron, pero sólo en el sentido de que «el sabio inglés es el escalón necesario» para ese posterior desarrollo (Escritos y discursos, IV, página 203).
Guevara no escapa a una conclusión que puede definirse como determinista y evolutiva al mismo tiempo, cuando afirma que existen «verdades tan evidentes, tan incorporadas al conocimiento de los pueblos que ya es inútil discutirlas. Se debe ser “marxista” con la misma naturalidad con que se es “newtoniano” en física, o “pasteuriano” en biología» (pp. 202-3). Esa es una forma no tan refinada para afirmar una concepción dogmática de la ciencia social, es decir, en el caso del marxismo.
Continuando en la analogía con la matemática en que tuvimos «un Pitágoras griego, un Galileo italiano, un Newton inglés, un Gauss alemán, un Lobačevskij ruso, un Einstein etc.», Guevara afirma que también en el sector de las ciencias sociales podría trazarse el itinerario de un gran proceso de acumulación del conocimiento desde Demócrito hasta Marx – pero eso, agrego yo, en desprecio completo por la discontinuidad que el marxismo atribuye a la dialéctica histórica marcada por rupturas, brincos, recomposiciones y síntesis. Pero para el Che, Marx ya se había convertido no sólo en el erudito que «interpreta la historia y entiende su dinámica», sino también el que «prevé los eventos futuro», que «profetiza» (más tarde incluso se habla de «predicciones del Marx científico»), que es «el arquitecto de su propio destino» y además de interpretar la naturaleza ya tiene las herramientas para «transformarla». De ahí la obvia referencia a la necesidad de la acción revolucionaria como consecuencia lógica del gran conocimiento científico de la naturaleza, de la historia y del mundo, hecho posible merced el marxismo, considerado del mismo modo que la ciencia.
Esa visión plenamente materialista por cierto se derivó de las interpretaciones muy simplistas de la obra de Engels (Antidühring, Dialéctica de la naturaleza, El socialismo de la utopía a la ciencia) y de Lenin (Materialismo y empiriocriticismo) que no se mencionan en ese texto, pero que Ernesto leyó en Guatemala y México. La equiparación del marxismo con las ciencias matemáticas, físicas o biológicas –que fue muy común para la marxología de la era estalinista– ahora desemboca en el más grosero evolucionismo filosófico cuando Guevara dibuja una línea de continuidad entre «Marx, Engels, Lenin, Stalin y Mao tse-Tung», llegando incluso a incluir los «nuevos gobernantes soviéticos y chinos» en ese esquema piramidal del pensamiento supuestamente marxista (Escritos y discursos, p. 204): de todos ellos, según el Che, se hubiera debido seguir el «cuerpo de doctrina» e incluso «el ejemplo» (pero en relación a Jrushchov de pronto habría cambiado su idea...).
Sería muy poco generoso continuar con otras citas de esa ingenua lista de los supuestos méritos científico-naturalistas del marxismo –pero extrañamente nunca le dice «materialismo dialéctico», según lo prescrito por la tradición estalinista– y en este caso si es necesario culpar a quienes (muchos, demasiados) indicaron en ese artículo una de las cumbres más altas alcanzadas por Guevara en su reelaboración del marxismo. Entre ellos lamentablemente cayó Ch. Wright Mills (1916-1962) que incluyó ese único texto del Che en su famosa antología The Marxists (1962). (Guevara devolvió el honor al incluir entre sus Apuntes de 1966 –de los que hablaremos– varios pasajes tomados de The Marxists).
Con respecto al «marxismo» de Marx no hay mucho más, porque en lo que queda del artículo se lanza en un análisis muy imaginativo del curso de la revolución cubana, que aquí omito sin remordimiento. En su tiempo, sin embargo, me dediqué con cierto cuidado a la forma apresurada con que en ese texto el Che había desestimado unas declaraciones de los dos padres fundadores con referencia a México y a Bolívar. Me limito aquí a transcribir un pasaje de Guevara, pero para mi comentario hago referencia al detallado análisis que hice en Che Guevara. Pensamiento y política de la utopía, pp. 57-63. Con una advertencia: por lo increíble que pueda parecer, el pasaje de crítica a Marx que voy a mencionar fue suprimido, con evidente intención censorial, por los editores de los Escritos y discursos en 9 volúmenes de la Editorial de Ciencias Sociales (que es la colección que por lo normal se ocupa para las obras del Che posteriores a 1957): ver para creer el vol. IV en la p. 203. Después de todo, en el pasado, la Fundación Guevara identificó varias otras censuras en esta colección «oficial» y en otras ediciones cubanas de las Obras del Che, luego haciendo pública la denuncia de esa realidad escandalosa y ridícula (ver CGQF N° 6/2006, pp. 73-84).
Pero, puesto que la mano derecha de la burocracia ignora a menudo lo que hace la izquierda, el pasaje puede encontrarse reproducido de manera integral en la colección de las Obras 1957-1967, editado no casualmente por Casa de las Américas en 1970, en la época en que fue dirigida por una mujer inteligente e inconformista como Haydée Santamaría. De esa fuente lo copio en su totalidad, sea porque es un hermoso pasaje del Che (hecho que no parece haber suavizado la mente de los censores), sea como un humilde homenaje a Marx con motivo de su 200 cumpleaños:
«A Marx, como pensador, como investigador de las doctrinas sociales y del sistema capitalista que le tocó vivir, puede, evidentemente, objetársele ciertas incorrecciones. Nosotros, los latinoamericanos, podemos, por ejemplo, no estar de acuerdo con su interpretación de Bolívar o con el análisis que hicieran Engels y él de los mexicanos, dando por sentadas incluso ciertas teorías de las razas o las nacionalidades inadmisibles hoy. Pero los grandes hombres descubridores de verdades luminosas, viven a pesar de sus pequeñas faltas, y éstas sirven solamente para demostrarnos que son humanos, es decir, seres que pueden incurrir en errores, aun con la clara conciencia de la altura alcanzada por estos gigantes del pensamiento. Es por ello que reconocemos las verdades esenciales del marxismo como incorporadas al acervo cultural que nos da algo que ya no necesita discusión» (pp. 93-4).
Las críticas que Guevara dirigió a los textos marx-engelsianos respecto a la América latina podrían relacionarse con algunos temas redactadas por Marx y Engels para la New American Cyclopædia (publicada en Nueva York en 16 volúmenes, entre 1858 y 1863, bajo la dirección de Charles Anderson Dana [1819-1897], director del New York Daily Tribunea lo largo de veinte años), pero sobre todo a una carta de Marx a Engels del 2 de diciembre de 1854 (en Obras completas XXXIX, p. 434).
Después de la reconstrucción de una historia complicada, en mi comentario les di abiertamente la razón a los dos grandes amigos y por equivocado a Guevara. Pero yo agregué también una consideración mucho más seria con respecto al hecho de que, en el ensayo que el Che dedicó al análisis de la ideología de la revolución cubana, no aparecía ninguno de los grandes libertadores, ni los pensadores o los escritores latinoamericanos comprometidos en la lucha ideológica anti-española, incluso ni siquiera el propio José Martí (1853-1895). Citó a filósofos griegos, físicos y matemáticos de muchas épocas, y obviamente mucho de Marx, pero nada nativo en el sentido cubano o latinoamericano. Un sinsentido surgido por cierto de la ansiedad del neófito que quería probarse más marxista que Marx, haciendo alarde una adquirida familiaridad con su trabajo, pero que no puede no dejarnos sorprendidos. Más que la exhibida concepción materialista vulgar del marxismo, es la ausencia de referencias a las ideologías o a las concepciones políticas latinoamericanas que constituye la deficiencia más grave de ese infeliz texto, que tanto gustó en aquella época y tal vez sigue gustando aún.
Sin embargo, no fue un caso aislado porque en otros textos de la época aparecían puntos de vista similares, reductivos y distorsionados del método de análisis marxista, acompañados con una flagrante ignorancia de la gran tradición del debate que desde el original legado marxiano se desarrolló a lo largo del siglo XX.
Puede verse, por ejemplo, la entrevista más interesante que jamás Guevara hizo. Por supuesto me refiero a mi amigo Maurice Zeitlin (n. 1935) quien se entrevistó con el Che el 14 de septiembre de 1961 e inmediatamente publicó la entrevista en Root and Branch (fotocopia en CGQF N° 9/2014, pp. 219-26), una revista con sede en la Universidad de Berkeley en California, de donde fue tomada de varias maneras (ver Cuba, an American tragedy). Para la ocasión, a pesar de haber tocado argumentos políticos de gran actualidad teórica, Guevara repitió en síntesis la anterior vulgata materialística, incluyendo la comparación con la biología, a la cual como médico estaba evidentemente aficionado:
«We regard Marxism as a science in development, just as, say, biology is a science. One biologist adds to what others have done, while working in his own special field. Our specialty is Cuba». §«Nosotros consideramos el marxismo como una ciencia en desarrollo, como es una ciencia, digamos, la biología. Un biólogo agrega su contribución a lo que otros han hecho mientras trabaja en su campo específico. Nuestra especialidad es Cuba».§
En su posterior respuesta, para hacer aún más clara (y más seria) la comparación con la biología, Guevara lo extendió a Lenin también: un «elogio» de lo cual tendrá que arrepentirse más tarde (en 1964), cuando con claridad tomará las distancias de los aspectos fundamentales de la vulgata leninista:
«The value of Lenin is enormous - in the same sense in which a major biologist’s work is valuable to other biologists. He is probably the leader who has brought the most to the theory of revolution. He was able to apply Marxism in a given moment to the problems of the State, and to emerge with laws of universal validity». §«El valor de Lenin es enorme, en el mismo sentido que el trabajo de un importante biólogo es valioso para otros biólogos. Él es probablemente el líder que más ha aportado a la teoría de la revolución. Pudo aplicar el marxismo en un momento dado a los problemas del Estado y emerger con leyes de validez universal».§
Instado por Zeitlin (que en la circunstancia ofreció un modelo ejemplar de comportamiento para un auténtico «entrevistador» que no quiere permanecer pasivo y supino frente a las respuestas del entrevistado), en esa entrevista Guevara tuvo que reconocer que no estaba familiarizado con las grandes personalidades del socialismo como Eugene Debs (1855-1926) o Rosa Luxemburgo (1871-1919). Respecto a la segunda formuló solo una especie de poco generoso epitafio diciendo que «she was a great revolutionary and she died as revolutionary, as a consequence of her political mistakes» §«fue una gran revolucionaria y murió como revolucionaria, como consecuencia de sus errores políticos»§. Seis años después, idénticas palabras se hubieron podido aplicar al Guevara boliviano, al igual de poco generoso.
A la utilización de la fórmula «materialismo dialéctico» recurrió ampliamente en un discurso hecho por Guevara en una entrega de premios al ministerio de la Industria el 31 de enero de 1962 (Escritos y discursos, VI, pp. 79-90). Después de elogiar con entusiasmo un libro de Blas Roca, el Che presenta una especie de síntesis del nivel de comprensión del marxismo logrado por él en esa etapa, totalmente desequilibrado por el lado del último Engels, tal como ya estaba adquirido en la marxología soviética.
En el siguiente pasaje (página 81) aprécianse a) la teoría ingenuamente materialista (y en todo caso sin fundamento) de la existencia de dos ciencias, la burguesa y la proletaria, b) la atribución a Engels incluso de una teoría suya acerca del origen de la vida en la tierra, c) la aplicabilidad del método materialista dialéctico para todos los aspectos de la realidad (con Stalin se llegó hasta la lingüística y la genética), d) identificación de facto de este método con la ciencia no capitalista, por lo tanto con la «proletaria», aunque sin ninguna especificación adicional.
En resumen, en Guevara se verifica una integral adhesión a la teoría del Diamat y sus pretensiones de hegemonía cultural en cada aspecto de la vida individual y social.
«El concepto de la vida que da el materialismo dialéctico es diferente al concepto de la vida que da el idealismo; el concepto de las ciencias del materialismo dialéctico es también diferente. Desde hace muchos años Engels se había planteado que la vida era el modo de ser de la materia albuminoide; es una nueva concepción, es algo que en aquella época revolucionaba las ideas [...]. Por eso debemos ir buscando estas bases, ir aprendiendo a pensar con propiedad con el método del materialismo dialéctico en todo, no para una discusión política, no para un momento determinado, sino para aplicarlo como método en cada una de las tareas científicas o prácticas que tengamos que realizar. Todas las interpretaciones de la técnica, y por sobre todas las cosas la interpretación de la economía, tienen un cambio enorme, si se los ve a la luz del materialismo dialéctico o bajo las falsas luces de los conceptos capitalistas».
Además de eso, si el Che ministro de la Industria en los primeros años de la revolución manifestó una adhesión acrítica a las concepciones del marxismo soviético, eso también se debió al hecho de que esas ideas fueron ingenuamente importadas y aceptadas en todo su mecanicismo áspero y brutal por el liderazgo cubano en su conjunto. Por parte de unos de manera pasiva, por otros activamente: entre estos e in primis, Guevara y Raúl Castro (n. 1931), desde su comienzo considerado el único otro «comunista» presente en la dirección del M26-7. A ellos más tarde se le agregó Osmany Cienfuegos (n. 1931), inmediatamente después de la muerte de su hermano Camilo, procedente del Psp y futuro líder de la Ospaaal (Organización de solidaridad de los pueblos de África, Asia y América Latina).
Son también los años en los que la actividad ideológica (propaganda, escuelas para los cuadros políticos y publicación de las principales revistas) terminó en las manos de unos líderes capacitados en el antiguo Psp que, mientras tanto, fueron llamados a integrar la nueva dirección cubana. A ellos se les entregó en la práctica y por algunos años cruciales la gestión de la actividad propiamente «cultural» del partido, en consideración de un hecho bien cierto: es decir, eran los únicos que tenían algo de preparación teórica.
Pero esa también es una página que el Che va a reescribir de manera radical en su propio testamento ideal de marzo de 1965 (El socialismo y el hombre en Cuba, véase la edición elaborada por el argentino José «Pancho» Aricó [1931-1991]), denunciando el «realismo socialista» y la cultura oficial que, bajo el pretexto de ser «lo que entiende todo el mundo», era de hecho «lo que entienden los funcionarios», es decir, la burocracia. En ese texto también llegará a criticar drásticamente «el escolasticismo que ha frenado el desarrollo de la filosofía marxista» y el hecho de que una «una representación formalmente exacta de la naturaleza» se había convertido en «una representación mecánica de la realidad social que se quería hacer ver».
El 30 de mayo de 1963, Guevara escribió un preámbulo laudatorio, al límite entre la ingenuidad y la intención apologética, para un libro publicado en Cuba por el Partido unido de la revolución socialista de Cuba [Pursc]. Ese fue el nombre del partido intermedio que existió casi exclusivamente en los papeles –desde marzo de 1962 hasta octubre de 1965– en la etapa en que Fidel Castro impuso la unificación en una sola organización de las tres principales corrientes políticas que sobrevivieron en Cuba: los comunistas prosoviéticos del Psp, el Directorio revolucionario 13 de marzo y el M26-7. Quien no compartió esa decisión (el caso más notorio fue Carlos Franqui [1921-2010], el autor del Libro de los Doce) fue excluido o emigró al exterior.
El título era llamativo (El Partido Marxista-leninista), pero en realidad eran unos discursos de Fidel Castro añadidos a uno de los textos litúrgicos más «afamados» en el mundo soviético, o sea el Manual del marxismo-leninismo de Otto Wilhelm Kuussinen (1881-1964). Él fue el líder histórico del estalinismo finlandés escapado ileso a décadas de purgas y cambios políticos, «afamado» por haber sido ubicado al frente del gobierno títere creado por los soviéticos cuando en vano trataron de ocupar Finlandia (1939-40) de acuerdo con las disposiciones del Protocolo secreto que acompañó el Pacto firmado por Stalin (Molotov) con Hitler (von Ribbentrop).
El preámbulo de Guevara a ese panfleto puede considerarse como el punto más bajo que él alcanzó en la exaltación del «materialismo naturalista», es decir, del marxismo-leninismo de especie soviética. Una fecha que marca el límite en la degradación teórica de su marxismo y después de la cual comenzó a resurgir a duras penas el marxista anticonformista, lúcido y antidogmático que años atrás admiró el mariateguiano Hugo Pesce y escuchó, pero no lo suficiente, los consejos teóricos de la joven aprista de izquierda Hilda Gadea.
El esfuerzo dedicado por Guevara para acercar Cuba a la URSS e identificar los objetivos ideológicos de la revolución cubana con la vulgata marxista difundida por el aparato soviético de propaganda, fue reconstruido con entusiasmo (y en gran parte inventado) en un libro de «paleontología guevarológico-marxista», publicado en ruso en 1972 y en español (Editorial Progreso de Moscú) en 1975. El título era sencillo - Эрне́сто Че Гева́ра (Ernesto Če Gevara [Ernesto Che Guevara]) - pero fue menos sencilla la trayectoria del autor Iosif P. Lavretskij, era el seudónimo de un agente de la policía secreta soviética, ocultado también detrás de otro nombre como nosotros tuvimos la ocasión de demostrar en CGQF N° 4/2001 (ver nota)*. Las páginas en las que el emisario del Kgb celebró más el compromiso prosoviético del Che son 183-205 de la edición rusa y 178-98 de la edición en español.
Historia de una herejía
Escena 7 [de Moscú a La Habana, 1963-65]
La escena desde la cual se describe esta recuperación intelectual del marxismo de Guevara se lleva a cabo en Moscú y él mismo la describió en uno de los Informes taquigráficos de las conversaciones bimensuales sostenidas por él en el ministerio de la Industria de 1962 a 1964. Estamos especialmente interesados en unas grabaciones del último año de estadía del Che en Cuba como ministro. Son materiales informales pero valiosos; aún más valiosos porque al no ser revisados ni corregidos reflejan pensamientos inmediatos y para nada diplomáticos del Che. Esas grabaciones se publicaron en 1967 (pero ya en 1966 Guevara pudo ver los borradores) en el vol. VI de la primera edición muy restringida (unas doscientas copias) de sus obras, a cargo de Orlando Borrego (El Che en la Revolución Cubana). Nunca se volvieron a editar en Cuba, ni incluidas en las colecciones de sus obras y, por lo tanto, durante mucho tiempo se pudieron leer especialmente en las ediciones y traducciones hechas en el extranjero: las primeras fueron en francés, editadas por Michael Löwy (n. 1938) por el editor Maspero (1932-2015), y en italiano dal Manifesto en 1969 y luego en mi colección de Escritos seleccionados del Che en 1993. Hasta que por fin se insertaron en el volumen de Los apuntes, publicado en Cuba en 2006.
La escena tiene lugar el 5 de diciembre de 1964 en la embajada de Cuba en Moscú donde unos cincuenta estudiantes soviéticos escuchan al Che, pero también fue desafiado por unos de ellos con respecto a su teoría de la prioridad de los incentivos morales, basada en el crecimiento de la conciencia de los trabajadores más que en el uso de incentivos materiales.
«Ahí es donde se empezó a plantear [?], claro, era una cosa violenta. La Biblia –que es el Manual– porque desgraciadamente la Biblia no es El Capital aquí, sino es el Manual. De pronto estaba impugnada en algunos puntos y otra serie de cosas peligrosamente capitalistas, entonces de ahí surge el asunto de revisionismo» (Apuntes, p. 369)
Es importante señalar que el «Manual» al que aquí se refiere irónicamente es el Manual de economía política de la Academia de Ciencias de la URSS, a lo que Guevara dedicará todo un volumen de crítica devastadora a principios de 1966 y a eso volveremos más luego.
Por el momento es importante establecer que la atmósfera en Moscú había cambiado en relación al comandante Guevara (considerado «glorioso» especialmente por sus hazañas militares y no por su marxismo) y que las críticas que mientras tanto él hizo a las concepciones económicas soviéticas ya lograron dejar su marca. Él ya no es el apologista ultrasoviético, partidario servil de la superioridad casi metafísica del materialismo dialéctico, sino un intelectual en una completa crisis «revisionista», y de eso lo culparon en Moscú, ya que entendió que para la emancipación del ser humano «el método exacto no se ha podido encontrar en ningún país y en algunos casos se caía en los extremos de lo que se llama hoy “estalinistas”» (12 de septiembre de 1964, página 548).
Y puesto que en Moscú no estaba permitida ninguna duda acerca de las cuestiones fundamentales de tal naturaleza, uno puede imaginar la reacción que provocaron los juicios negativos sobre la gestión económica soviética que el Che formuló en el transcurso del gran debate económico. El fallo no podía ser más que el clásico damnatio iudicii, propedéutico a la damnatio memoriae: ninguna duda de que era «trotskismo».
«Y como a mí me identifican con el Sistema presupuestario, también lo del trotskismo surge mezclado. Dicen que los chinos también son fraccionalistas y trotskistas y a mí también me meten el “San Benito”» (p. 370).
«De manera que es allí, precisamente en la Unión Soviética, donde se pudo precisar más claramente. ¿Quiere decir eso de revisionismo hasta trotskismo, pasando por el medio? [...] El trotskismo surge por dos lados, uno –que es el que menos gracia me hace– por el lado de los trotskistas, que dicen que hay una serie de cosas que ya Trotsky dijo. Lo único que creo es una cosa, que nosotros tenemos que tener la suficiente capacidad como para destruir todas las opiniones contrarias sobre el argumento o si no dejar que las opiniones se expresen. Opinión que haya que destruirla a palos es opinión que nos lleva ventaja a nosotros» (p. 369).
Para entender la verdadera maduración marxista del Che se necesita leer cuidadosamente y profundizar las ideas que están dispersas entre las grabaciones taquigráficas, mezcladas con otras miles de cuestiones (funcionamiento de las fábricas, problemas de los trabajadores, controversias de los opositores, juicios negativos pero todavía no drásticos con respecto a las ideas económicas de los soviéticos). No resulta fácil reconstruir el hilo rojo de la reflexión guevariana y ni siquiera es posible suministrarlo aquí un resumen. Por lo tanto me limitaré a señalar dos referencias a las obras de Marx que tienen una gran relevancia cualitativa para nuestra reflexión.
El primero se refiere al «joven Marx». A mediados de los 60, en Francia aún no se había apagado el ruido producido por la gran controversia acerca del humanismo marxiano (que puede reconstruirse a partir de las Obras filosóficas juveniles y los Manuscritos de 1844), tanto para las muy rígidas posiciones antihumanistas de Althusser (1918-1990) como para la posición adoptada por los ideólogos soviéticos. Guevara parece claramente fascinado por esa controversia y rompe lanzas en pro del humanismo del joven Marx. Ya lo hizo durante el debate económico, mencionándolo explícitamente: vuelve a eso en la conversación prácticamente contemporánea del 21 de diciembre de 1963.
Él reconstruye los términos de la controversia, admite que el lenguaje «hegeliano» del joven Marx no es lo mismo del Marx «maduro» (autor de El capital), pero afirma que la tesis marxiana subyacente, para la cual el desarrollo de la sociedad corresponde al desarrollo de sus contradicciones económicas en relación con la lucha de clases, ya estaba contenida en el Marx de 1844.
La reconstrucción hecha por Guevara de este punto de partida adquiere un valor específico, porque la lleva al Marx de la máxima madurez adquirida, expresado en el texto en que el filósofo de Tréveris proporcionó una concepción propia de la sociedad socialista y de la transición hacia esa sociedad: la Crítica del programa de Gotha. Y esa es la segunda referencia importante a Marx que fluye a través de varias conversaciones (por ejemplo, pp. 270, 309, 311-12).
La atención del Che hacia el Marx de 1844 y al Marx de la Crítica del programa de Gotha lo lleva a desarrollar uno de sus caballos de batalla, o sea la importancia del elemento subjetivo para el marxismo no solo durante la lucha revolucionaria, sino también en la etapa de transición al socialismo, de la construcción de la nueva sociedad y del hombre nuevo. No puede existir un comunismo, según Guevara, que no se apodere de las «preocupaciones» marxianas en relación al carácter humanista de la revolución. De hecho, no puede haber una revolución si no se le atribuye el papel correcto y la correcta importancia al compromiso subjetivo - en un sentido ético- del trabajador pensado como clase.
Esa posición característica del marxismo guevariano permitió a Michael Löwy hablar del humanismo revolucionario del Che (La pensée de Che Guevara, 1970). Luego vendrá mi turno de reanudar el concepto y desarrollarlo ampliamente en mi monografía ya citada de 1987: toda la filosofía o visión del mundo del Che puede propiamente resumirse en esta fórmula - humanismo revolucionario.
Con el tiempo y de manera creciente me convencí de que cualquier intento de poner la riqueza teórica del Che fuera de su personal y original humanismo revolucionario, no permite explicar prácticamente nada de su actitud: no sólo de su relación vivida existencialmente y con extrema coherencia entre la teoría y la práctica, pero ni siquiera su ética del socialismo y su compromiso personal. Compromiso que fue muy sartrístico, a este respecto, y no por casualidad ya en 1960 J.-P. Sartre (1905-1980) supo reconocer en él grandes dotes personales e intelectuales.
En las conversaciones y en otros textos, Guevara aborda también la problemática marxiana de la alienación, que como sabemos fue un elemento fundador de la crítica marxiana a Hegel y, en mi opinión personal, el principal elemento de diferenciación filosófica del estatismo hegeliano, a lo largo de una primera etapa, y de diferenciación política, para el período restante de la vida de Marx.
No forma parte de mis consideraciones, pero es de interés, recordar que Guevara opuso a la concepción de la transición al socialismo de Marx (tomando como punto de partida la relación entre los datos subjetivos de la conciencia y el proceso de auto emancipación de los mecanismos de alienación capitalista) a las incertidumbres y verdaderos desvíos que correctamente le atribuye a Lenin, pero sin darle a la cuestión la importancia que de veras merece.
En las conversaciones Guevara habla de su propio cambio de juicio con respecto a Lenin. La vulgata del «marxismo-leninismo» ya no pertenece al conjunto de sus ideas, incluso si el procedimiento que lo trajo a esa visión está, de alguna manera, históricamente invertido: a Guevara no le gusta la Nep, porque no le gusta la idea de que en una economía en transición hacia el socialismo se reintroduzcan elementos del mercado, métodos de funcionamiento capitalista. Él no lo acepta ni por la URSS ni por la Cuba contemporáneas, y retrospectivamente él no lo acepta para Rusia en la década de los 20. De ahí surge una revisión drástica del juicio sobre Lenin, que ahora se presenta en conflicto con la problemática de la Crítica del programa de Gotha (pp. 310-12, 316, 324-6) e incluso con su Estado y revolución, siempre admirado y citado por Guevara.
Muchas de las ideas expresadas en las conversaciones en el ministerio de la Industria se reflejan en los artículos escritos casi simultáneamente para el gran debate económico. La discusión se desarrolló aproximadamente entre el comienzo de 1963 y el final de 1964. Las intervenciones aparecieron libremente en muchas revistas cubanas y en el debate no sólo se involucraron los principales responsables de cada sector de la economía, desde la industria hasta el banco, con la única excepción de Fidel Castro que no participó, sino también unos conocidos economistas europeos como Charles Bettelheim (1913-2006) y Ernest Mandel (1923-1995), sin olvidar la importancia asignada a esa discusión por parte del Monthly Review de Paul Sweezy (1910-2004) y Leo Huberman (1903-1968). Se proporcionó la mejor presentación de ese debate histórico en O debate econômico em Cuba por Luiz Bernardo Pericás (1969).
Se le debe agregar una nota con respecto a las fuentes utilizadas por el Che para familiarizarse con la historia personal de Marx y Engels. Por cierto él leyó parte de la correspondencia entre los dos, desde tiempo disponible en español, pero su fuente preferida fue Carlos Marx. Historia de su vida de Franz Mehring (1846-1919). Muchas veces él cita expresamente ese texto. Por ej. en la conversación del 2 de octubre de 1964 (p. 325) cuando afirma la necesidad de publicar en Cuba también esa célebre biografía (que describe como «conmovedora») y en particular subraya la importancia que Mehring atribuyó a la polémica de Marx con Ferdinando Lassalle (1825-1864). Desafortunadamente, el Che no desarrolla el argumento y es una verdadera lástima, porque habríamos podido entender mejor su actitud hacia la concepción estatista del socialismo acerca de la cual siempre he tenido la duda de que Guevara fuera un adepto convencido.
No me consta, sin embargo, que Guevara pudo leer la monumental biografía dedicada a Karl Marx y Friedrich Engels por Auguste Cornu (1888-1981), cuya primera mitad fue traducida al español sólo en 1967 por el Instituto del Libro de La Habana en un gran volumen de más de 700 páginas, aunque, según me dijeron, a petición expresa por el Che antes de irse.
Pero Guevara hizo más que sencillamente recomendar la biografía de Mehring. Redactó un verdadero compendio, ahora legible como «Síntesis biográfica de Marx y Engels», tanto en su lugar natural –en los Apuntes como un capítulo con una función teórica propedéutica con respecto a la posterior controversia con los soviéticos– tanto como una trivial operación comercial (por la Ocean Press), o sea como un panfleto aparte, sin ningún apartado de notas e informaciones explicando a los motivos de esa extrapolación: otro daño más que se suma a los muchos otros en contra de la posibilidad de una edición científica de las Obras del Che. En ese caso también se afectó el proyecto guevariano de actualización del patrimonio de Marx y Engels dirigidos al foco de la controversia con los soviéticos.
Historia marxista
Escena 8 [Praga, 1966]
En esta controversia debemos poner cuidado, en primer lugar tratando de imaginar la escena: después del largo encierro en la casa del embajador cubano en Dar es Salaam, tuvo lugar un cambio drástico de continente, desde África hasta el corazón de la vieja Europa; una gran mansión en las afueras de Praga; la cohabitación semi clandestina (Operación «Manuel» cubano-checoslovaca) junto con unos de los compañeros más cercanos («Pombo» [n. 1940] y «Tuma» [1940-1967]); los juegos de ajedrez; el estudio y la escritura.
Allí el Che permanece desde marzo hasta julio de 1966, cuando vuelve a Cuba con la intensión de alistarse para la campaña de Bolivia, que se ha decidido definitivamente como destino político, habiendo dejado el objetivo anterior elegido en el verano, es decir, el Perú. (Todo esto fue reconstruido y documentado en detalle por Humberto Vázquez Viaña, Una guerrilla para el Che). Y allí Guevara escribe el texto que se conoce como «Cuadernos de Praga» (pero publicado como Apuntes críticos a la Economía política, a pesar de que en la realidad el objetivo del Che era el Manual de Economía política de la Academia de las Ciencias de la URSS). Un gran trabajo de recopilación de textos (comenzando del compendio biográfico de Marx-Engels del cual ya hablamos), con largos pasajes copiados a mano especialmente de las obras de Marx-Engels y Lenin, pero también uno de Mao Tse-Tung. Me parece correcto, sin embargo, añadir a este trabajo de recopilación antológica también los pasajes que Guevara copia en otro panfleto, en los mismos meses o en un período un poco posterior, que lamentablemente no pudimos establecer con una mejor exactitud. Ese panfleto, junto con el «libro verde» con estrofas poéticas, volverá a reaparecer entre sus objetos personales vendidos en Bolivia después de su muerte: en ese caso fue adquirido por la Editorial Feltrinelli, pero sin más especificaciones.
El panfleto fue publicado en una pésima edición por la misma editorial con errores y un título ridículo (Antes de morir. Apuntes y notas de lectura). Sin embargo, debe tomarse en serio porque contiene extractos de The Marxists de Ch. Wright Mills, de las Obras de Marx-Engels, Lenin y Stalin, de Lukács, del ya mencionado M. A. Dinnik y de muchas obras de Trotsky. Con relación al perfil cuantitativo, los pasajes de Trotsky prevalecen sobre todos los demás autores citados y el pasaje sacado de su Historia de la Revolución Rusa está acompañado por el siguiente comentario:
«È un libro appassionante ma di cui è impossibile stilare una critica poiché va considerato che lo storiografo è anche protagonista degli eventi. Comunque, fa luce su tutta una serie di eventi della grande rivoluzione che erano rimasti offuscati dal mito. Al tempo stesso, fa affermazioni isolate la cui validità resta ancora oggi assoluta. In definitiva, se tralasciamo la personalità dell’autore e ci atteniamo al libro, questo va considerato una fonte di primaria importanza per lo studio della rivoluzione russa» (p. 94). §«Es un libro apasionante, pero que no es posible hacer una crítica porque hay que considerar que el historiador es también el protagonista de los acontecimientos. Sin embargo, arroja luz sobre toda una serie de eventos de la gran revolución que se había oscurecido por el mito. Al mismo tiempo, hace declaraciones que aislando la validez sigue siendo absoluta. En última instancia, si omitimos la autoridad personal y nos quedamos con el libro, este debe ser visto como una fuente de primordial importancia para el estudio de la Revolución Rusa».§
El gobierno cubano logró impedir hasta 2006 la publicación de los Cuadernos de Praga (los Apuntes), pero luego tuvieron que ceder no sólo a las presiones ejercidas por la Fundación Guevara Internacional, sino también porque unos aspectos destacados de la crítica a la URSS ya habían aparecido en 2001 en el libro de Orlando Borrego, Che, el camino del fuego. Y entre los pasajes que se muestran y comentan por parte del ex ministro del Azúcar apareció el prólogo («Necesidad de este libro») en donde, además de las muchas afirmaciones guevarianas de inspiración marxista que liquidaron la pretensión soviética de marchar hacia el socialismo, destacó la siguiente afirmación lapidaria con referencia a la URSS:
«La superestructura capitalista fue influenciando cada vez en forma más marcada las relaciones de producción y los conflictos provocados por la hibridación que significó la Nep se están resolviendo hoy a favor de la superestructura: se está regresando al capitalismo» (Apuntes, p. 27; Borrego, p. 382).
Una profecía de tal clase formulada en los mismos meses en que Fidel Castro decidió por fin entrar al bloque soviético, tal vez puede dejar en la indiferencia hoy en día, ya que todo el mundo puede ver cuánto se hizo realidad cumplida. En ese momento, sin embargo, implicaba una gran valentía intelectual por parte de una especie de jefe de estado adjunto, comandante legendario para el mundo militar soviético, que ya había madurado la segunda etapa de su adhesión juvenil al marxismo en sumisa admiración de la URSS como el lugar de nacimiento del socialismo. Cualquier análisis del pensamiento del Che que no tome en cuenta esa profunda transformación y en su lugar vaya presentando una visión unilateral y estable en el tiempo de sus concepciones económicas, no merece la más mínima consideración. Pero desafortunadamente, los libros dedicados a Guevara que ofrecen una visión tan monocromática y por lo tanto profundamente errónea de su pensamiento, a lo largo de muchos años representaron la regla en la producción editorial de Cuba o por los autores relacionados. Podría mencionar ejemplos cubanos, chilenos, italianos, estadounidenses, etc. pero sería una manera poco generosa de ensañarse en contra de la pobreza intelectual de toda una generación que en el pasado llamé «nomenklatura latinoamericana» y que por fin va comenzando a extinguirse.
Los Apuntes son un trabajo muy exigente desde el punto de vista teórico y deberían examinarse un pasaje tras otro, puesto que cada párrafo se refiere críticamente a otro párrafo del infame Manual soviético. El lenguaje es muy técnico y muestra una nueva familiaridad con los textos básicos del marxismo: sobre todo con el Capital. Las referencias a Lenin también son abundantes, mencionado en parte de manera positiva y en parte para desafiar ciertas opciones realizadas después del comunismo de guerra (un argumento del cual Guevara no habla, aunque se podría suponer que en las líneas generales estaba tendencialmente en su favor). Sin embargo, está claro que el Che ignoró por completo los escritos «heréticos» dedicados a la Rusia soviética editados desde los años en que Lenin estaba vivo. De este gran laboratorio teórico, marcado por afamados nombres del marxismo, Guevara no tenía ningún indicio y eso fue su gran límite teórico.
Sin embargo, se debe también decir que vivió sólo 39 años, muchos de los cuales viajando o luchando con las armas en la mano por sus ideales.
Con respecto a los Apuntes, lo que más nos puede interesar es que recurre con gran abundancia a la Crítica del programa de Gotha, con referencias directas, pero especialmente con la adhesión a su sustancia. Ese texto del último Marx es comúnmente considerado como el concentrado máximo de su visión utópica (al igual que yo mismo la interpreté en la introducción a una edición bilingüe en italiano de 2008) y no hay dudas de que para el Che también ese era su significado más específico. No puede olvidarse que un año antes (marzo de 1965), regresando de su viaje a África, entregó a la revista Marcha de Montevideo su texto utópico por excelencia –El socialismo y el hombre en Cuba– donde se percibió claramente la inspiración en ese conocido texto de Marx.
Para concluir necesita también decirse que en los Cuadernos de Praga está incluido el manuscrito de un programa de estudio (el «Plan intento» [Bosquejo de plan]). Ya mencioné otros dos planes de estudio elaborados en el mismo período de dos años, y eso es el segundo en orden de tiempo. Cabe decir que es el más orgánico y el más detallado, ya que tiene la forma de índice general de un libro para escribir, una especie de esquema para una gran monografía acerca de la historia social de la humanidad: desde los modos de producción pre capitalistas al imperialismo, pasando por los sistemas sociales de la esclavitud y del feudalismo; de las categorías marxianas de interpretación del desarrollo capitalista (incluyendo una amplia síntesis del Capital) a una definición de la economía de la época de transición (la tercera parte completa); para finalmente llegar a la problemática de la construcción del socialismo (cuarta y última parte). La muerte le impidió llevar a cabo ese ambicioso proyecto, en el que seguramente habrá seguido pensando durante la guerra de guerrillas en Bolivia, tal como lo demuestra el plan de lecturas mencionado al principio y que está confirmado como una serie de notas bibliográficas elaboradas un mes tras otro, parte de una lista de deseos de las lecturas a realizar.
Editados demasiado tarde para tener alguna influencia en la formación teórica de las nuevas generaciones de intelectuales cubanos, los Apuntes permanecerán para siempre en la historia del marxismo como prueba del más alto nivel de comprensión de la herencia teórica marxiana alcanzada por Guevara. Sin embargo, también deben ser considerados como el testimonio más completo de su lúcida capacidad de predicción analítica, en relación con un mundo político –su mundo político– que brillaba por torpeza, para no decir real ceguera en relación con el destino inminente del régimen burocrático soviético.
Fundido
Escena 9 [Vallegrande, 9 de octubre de 2017]
La escena es variada, policroma y multisonora. En la gran explanada de lo que se suponía que debía de convertirse en el aeropuerto de Vallegrande en Bolivia, se reúnen algunos miles de personas convocadas por el Gobierno del presidente Evo Morales para conmemorar el 50 aniversario de la caída en combate del Che. Muchas banderas multicolores, pero en su mayoría de color rojo con la silueta de la famosa foto de Korda, música andina y caribeña, pancartas de asociaciones políticas, sindicales y culturales de distintos orígenes latinoamericanos. En los días anteriores, se escucharon estudiosos del guevarismo llegados desde muchos lugares del mundo: el subscrito de Italia, pero increíblemente también el único de Europa.
«El Che vive» es la consigna más repetida, pero el edificio con forma de iglesia construido en el lugar donde se encontraron los huesos de Guevara están allí para testificar lo contrario. Y esa tumba está idealmente asociada con el Mausoleo cubano de Santa Clara en cuyo interior la atmósfera tiene aún un más acentuado carácter místico-religioso, según una tradición hagiográfica cubana, ya comenzada desde octubre de 1967. Para los que desean profundizar o ampliar el discurso respecto a esa evolución del personaje Guevara –antimaterialista (por lo tanto antimarxiana), mística y popular-irracional– existe una fascinante investigación llevada a cabo durante años por un profesor emérito de historia del arte de la Universidad de California (Los Ángeles): David Kunzle (n. 1936), Chesucristo. The fusion in image and word of Che Guevara and Jesus Christ §[Chesucristo. La fusión en imagen y palabra entre Guevara y Jesús].§
Murió el Che, sin duda alguna. Pero para la reflexión realizada hasta ahora es especialmente su relación con Marx la que se murió. Y esto no sucedió a los cincuenta años de la Higuera, sino mientras el célebre Comandante estaba todavía con vida. De hecho, después de la riqueza de referencias teóricas contenidas en los Cuadernos de Praga no se encuentran más reflexiones del Che acerca de las cuestiones relacionadas con al marxismo. Tenemos los títulos de las obras que él quería leer o volver a leer en la parte final del Diario de Bolivia, pero propiamente de ese Diario están totalmente ausentes los nombres de Marx, Lenin u otros reconocidos marxistas. Se escapa Trotsky, pero solo porque ese día (31 de julio de 1967) se anota la pérdida de uno de sus libros. El lector puede averiguar fácilmente todo eso porque desde 1996 existe también para el Diario boliviano un índice de los nombres: yo lo desarrollé para la edición a mi cuidado del Diario de Bolivia ilustrado y es el único existente en el mundo. Y siempre me pregunté si esa increíble falta –es decir que no exista una edición del diario (ni siquiera en Cuba) con un adecuado índice de los nombres– no sea un síntoma de desinterés teórico hacia la última evolución ideológica del Che.
Si en los primeros años después de la derrota en Bolivia, el desinterés podría tener unas razones políticas, ya que Guevara estaba totalmente no potable para los países capitalistas, pero aún más para los países del supuesto «socialismo real» (China incluida y, de hecho, en la primera fila, ya que nunca se dio ni siquiera la noticia de su muerte) – con el tiempo surgieron otras razones que podrían explicar el por qué la conjunción Guevara-Marx había perdido mucho de su atractivo potencial teórico.
En primer lugar, estaba que la controversia del Che en contra de la URSS ya había perdido la mayor parte de su interés y su potencial subversivo después del colapso del Imperio soviético en 1989-1991 (y en todo caso en Cuba fue por largo tiempo prohibido hablar de eso desde finales de los años 60). Luego se le puede agregar que la reflexión guevariana acerca del argumento de la alienación (fuera marxiana, sartriana o humanista) muy pronto se vio abrumado por el nacimiento del mito de su persona y de la apropiación realizada por la sociedad espectacular de masas.
Esa reabsorción del personaje Che, que no pudo sino arrasar su relación con el marxismo, fue magníficamente descrita por uno de los mejores libros escritos sobre el «guevarismo» contemporáneo, es decir, sobre cómo el mundo de la cultura y del entretenimiento vive y explota su imagen desde hace muchos años de su muerte: véase Michael Casey (n. 1967), Che’s afterlife. The legacy of an image §[La otra vida del Che. El legado de una imagen]§.
Si la connotación comunista e internacionalista de su acción política se perdió, si el encanto de su rebelión en contra de cualquier conformidad se perdió, si el valor ético de su renuncia a la gestión del poder se perdió (caso único en la historia del siglo XX), si su original teorización de la relación teoría-praxis por mí y por Michael Löwy clasificadas como «humanismo revolucionario» se perdió, tal vez ¿su relación con Marx podría sobrevivir?
No, por cierto.
Sólo nos queda terminar nuestro remake de la vieja película con un afamado aforismo de Woody Allen:
«Marx is dead, Guevara is dead... and I’m not feeling too well myself». §«Marx está muerto, Guevara está muerto… y yo tampoco me siento bien».§
Fin
Anderson, Jon Lee, Che Guevara. A revolutionary life, Bantam Press, London 1997 [Che Guevara. Una vita rivoluzionaria, Fandango, Roma 2009].
Borrego, Orlando, Che, el camino del fuego, Imagen Contemporánea, La Habana 2001.
Borrego, Orlando(a cura di), El Che en la Revolución cubana, 6 voll., Minaz [Ministerio del Azúcar], La Habana 1967.
Casey, Michael, Che’s afterlife. The legacy of an image, Vintage Books, New York 2009 [La seconda vita del Che. Storia di un’icona contemporanea, Feltrinelli, Milano 2010].
Cátedra Ernesto Che Guevara, Introducción al pensamiento marxista, a cura di Néstor Kohan, Ediciones Madres de Plaza de Mayo/La Rosa Blindada, Buenos Aires 2003.
Che Guevara. Quaderni della Fondazione/Cuadernos de la Fundación, (CGQF), Massari editore, Bolsena 1998-2016, nn. 1-10.
Cupull, Adys-González, Froilán, Cálida presencia. Su amistad con Tita Infante, Ed. Oriente, Santiago de Cuba 1995.
Franqui, Carlos, El libro de los doce, Instituto del Libro, La Habana 1967 (Ediciones Huracán, La Habana 1968).
Gadea Acosta, Hilda, Che Guevara. Años decisivos, Aguilar, México 1972 [I miei anni con il Che, Erre emme (Massari ed.), Roma 1995].
Guevara, Ernesto Che, Apuntes críticos a la economía política, Ciencias Sociales, La Habana 2006.
Guevara, Ernesto Che, Diario di Bolivia illustrato, a cura di Roberto Massari, Editora política (La Habana)/Massari editore (Roma) 1996.
Guevara, Ernesto Che, Escritos y discursos, 9 voll.,Ciencias Sociales, La Habana 1977.
Guevara, Ernesto Che, Marx y Engels. Una síntesis biográfica, Centro de Estudios Che Guevara (La Habana)/Ocean Press (Sur), 2007.
Guevara, Ernesto Che, Obras 1957-1967, 2 voll., Casa de las Américas, La Habana 1970.
Guevara, Ernesto Che, Prima di morire. Appunti e note di lettura, Feltrinelli, Milano 1998.
Guevara, Ernesto Che, Scritti scelti, a cura di Roberto Massari, 2 voll., Erre emme (Massari ed.), Roma 19963.
Guevara, Ernesto Che, El socialismo y el hombre nuevo, a cura di José Aricó, Siglo XXI, México (1977) 19792.
Guevara, Ernesto Che, Temas económicos, a cura di Juan José Soto Valdespino, Ciencias Sociales, La Habana 1988.
Guevara, Ernesto Che y otros, El gran debate sobre la economía en Cuba (1963-1964), Ciencias Sociales, La Habana 2004.
Hart Dávalos, Armando, Marx, Engels y la condición humana. Una visión desde Cuba, Ciencias Sociales, La Habana 2005.
Kohan, Néstor, Otro mundo es posible, Nuestra América, Buenos Aires 2003.
Kunzle, David,Chesucristo. The fusion in image and word of Che Guevara and Jesus Christ, with a Postface by Roberto Massari, De Gruyter, Berlin/Boston 2016 [Chesucristo. La fusione in immagini e parole tra Guevara e Gesù, Massari ed., Bolsena 2016].
Лаврецкий, Иосиф, Эрне́сто Че Гева́ра, Molodaja Gvardija, Moskva 1972 [Lavretski, Iosif, Ernesto Che Guevara, Editorial Progreso, Moskva 1975].
Löwy, Michael, La pensée de Che Guevara, Maspero, Paris 1970 [Il pensiero del Che Guevara, Feltrinelli, Milano 1969].
Massari, Roberto, Che Guevara. Pensamiento y política de la utopía, Txalaparta, Tafalla (Navarroa)/Buenos Aires 1992-20048[Che Guevara. Pensiero e politica dell’utopia, Erre emme (Massari ed.), Roma (1987) 19945].
Pericás, Luis Bernardo, Che Guevara e o debate econômico em Cuba, Xamã editora, São Paulo 2004 [Che Guevara and the economic debate in Cuba, Atropos Press, New York/Dresden 2009; Che Guevara y el debate económico en Cuba, Corregidor, Buenos Aires 2011].
Rojo, Ricardo, Mi amigo el Che, (J. Álvarez, Buenos Aires 1968), Editorial Sudamericana, Buenos Aires 1998 [Mondadori, Milano 1968].
Sartre, Jean-Paul, Sartre visita a Cuba, Ediciones Revolución, La Habana 1961 [Visita a Cuba, Massari ed., Bolsena 2005].
Serguera Riverí, Jorge («Papito»), Caminos del Che. Datos inéditos de su vida, Plaza y Valdés, México 1997.
Vázquez Viaña, Humberto, Una guerrilla para el Che. Antecedentes, 2a ed. aumentada, El País, Santa Cruz de la Sierra 2008 [La guerriglia del Che in Bolivia. Antecedenti, Massari ed., Bolsena 2003].
Zeitlin, Maurice-Sheer, Robert,Cuba. Tragedy in our hemisphere, Grove Press, New York 1963 [Cuba, an American tragedy (enlarged edition) Harmondsworth, Penguin Books, 1964, pp. 186-95].
Entre los estudiosos mencionados en el texto, muchos son integrantes de la Fundación Guevara Internacional. Para permitir que el lector los identifique, a continuación se brinda la composición del Comité editorial de los Quaderni/Cuadernos Che Guevara, órgano teórico de la Fundación:
Roberto Massari [dir.], Aldo Garzia [dir. resp.], Enrica Matricoti, Roberto Savio, Aldo Zanchetta (Italia), Néstor Kohan (Argentina), Michael Casey (Australia), Carlos Soria Galvarro Terán (Bolivia), Luiz Bernardo Pericás (Brasil), Adys Cupull, Froilán González (Cuba), Michael Löwy (Francia), Richard Harris (Hawaii), Ricardo Gadea Acosta (Perú), Zbigniew Marcin Kowalewski (Polonia), David Kunzle, James Petras, Margaret Randall, Maurice Zeitlin (EE. UU.), Douglas Bravo (Venezuela), Antonella Marazzi (secr. de la redacción).
In memoriam: Humberto Vázquez Viaña (Bolivia), Celia Hart Santamaría, Fernando Martínez Heredia (Cuba), Sergio De Santis, Giulio Girardi (Italia).
Traducción de Tito Alvarado.
Nella diffusione e/o ripubblicazione di questo articolo si prega di citare la fonte: www.utopiarossa.blogspot.com
* Durante algún tiempo se creyó que Iosif P. Lavretskij fue un erudito soviético, pero permaneció la sospecha que podría identificarlo con un autor lituano-ruso de las obras de Guevara: Iosif Romual’dovič Grigulevič (1913-1988). Resultó desde luego y fue claro que Grigulevič y Lavretsky eran dos nombres y apellidos diferentes del mismo autor: el primero era una persona real, agente de Nkvd y luego del Kgb (con el nombre de «Theodor Castro Bonnefil»), involucrado en muchos asesinatos importantes (Nin, Trotsky, etc.) y en su momento encargado de matar al presidente de Yugoslavia Tito; el segundo fue un seudónimo suyo. Los catálogos de la biblioteca de la Universidad de Harvard (EE. UU.) indican que los dos nombres identifican al mismo autor. En la p. 427 de su libro La vida en rojo, un biógrafo de Che Guevara (1997) Jorge Castañeda Gutman (n. 1953) escribió que «Lavretskij» era el seudónimo detrás del cual se escondía Josef Grigulevič, historiador soviético y agente del Kgb. Zbigniew M. Kowalewski (n. 1943), principal investigador polaco del Che, confirmó en junio de 2001, en su intervención en la conferencia de la Fundación Guevara en Acquapendente, que «Lavretskij» era el seudónimo de Grigulevič, ex oficial de la policía secreta soviética. En la misma reunión, el erudito checo Vladimír Klofáč (n 1952) informó que Miloslav Ransdorf (1953-2016), vicepresidente del Partido comunista de Bohemia y Moravia, señaló el nombre Lavretskij/Grigulevič (asociando de tal manera los dos nombres) en la nota de página 50 del libro Muž Svědomí (Hombre de conciencia). Ernesto Che Guevara, Nakladatelství Futura, Praga 2000. Todas esas hipótesis fueron definitivamente confirmadas con la publicación del archivo de Vasilij Nikitič Mitroquin (1922-2004), que tuvo lugar en 1999-2000 y, póstumamente, en 2005. Tengo que añadir una pequeña curiosidad: en el «Plan de lecturas en Bolivia», el Che incluyó entre los libros enumerados en noviembre de 1966, el Pancho Villa del propio I. Lavretskij.