Escribo estas líneas desde la ciudad de Vallegrande, agitada por una oleada de visitantes de diversos confines, del país y del mundo. Llegaron aquí para conmemorar los 50 años del asesinato de Ernesto Che Guevara. Me dicen que prudentemente, antes de la llegada de la avalancha humana, un grupo contrario a las conmemoraciones, compuesto fundamentalmente por exsoldados “boinas verdes”, hizo su propia celebración en la plaza de la capital provincial. El hecho en sí muestra hasta qué punto el tema Che-guerrillas sigue desatando las pasiones políticas en el país.
Es innegable, por ejemplo, que los eventos conmemorativos han sido convocados y organizados por instancias oficiales en coordinación con una gran diversidad de movimientos sociales y con autoridades locales de diverso signo, empeñadas en promocionar a sus regiones. De otra parte, los ex “boinas verdes”, aferrados al estereotipado lenguaje de la Guerra Fría, han encontrado el entusiasta y generoso apoyo de la Gobernación de Santa Cruz así como de otras instancias intermedias.
Pero al margen de estas visiones polarizadas, cabe también el enfoque académico que, sin dejar de ser comprometido, hace hincapié en el análisis y la reflexión. Tal el caso, por ejemplo, del Coloquio Internacional “Che Guevara (1967-2017): imágenes, símbolos, legados” a realizarse en Francia los próximos días.
Organizan este conversatorio, entre otras instituciones, la Universidad de Versailles Saint Quentin Yvelines, el Instituto de Estudios Culturales e Internacionales, y el Grupo de Investigación Interdisciplinaria sobre Caribe hispano y Latinoamérica. La atención principal girará en torno al complejo proceso de heroización, mitificación e iconificación del Che (héroe-mito-ícono). (Ver programa)
“El asesinato del guerrillero Ernesto Che Guevara en las montañas de Bolivia, la exposición de sus restos mortales (por las Fuerzas Armadas locales) y la recepción de esta imagen ofrecida erigirán al combativo ateo en un icono crístico”, dice un texto destinado a motivar la reflexión. Y se pregunta si ese proceso puede considerarse como una paradoja o como una ironía de la historia.
El 9 de octubre de 1967 sería entonces una fecha en la que se cierra el capítulo de la existencia de Ernesto Guevara, dando apertura a su sacralización, a su transformación en icono. “El Che sigue siendo hoy en día una alegoría que no siempre es congruente con lo que verdaderamente fue”, dice el texto que comentamos. De hecho, él se construyó como una encarnación del romanticismo revolucionario, una de las caras —por no decir una figura emblemática— de la Revolución cubana. “Por lo tanto, se convirtió en un pilar para la puesta en marcha del socialismo en la Isla, y, en un sentido más amplio, en un modelo y un símbolo para los movimientos revolucionarios en la región”. Pero su imagen también tiende a distorsionarse cuando se lo glorifica, se lo instrumentaliza o se lo mercantiliza; extremos que ocurren con lamentable frecuencia.
La figura del Che emerge como un emblema mundial más allá de las fronteras de Cuba y de América Latina. Su imagen es enarbolada en diversas circunstancias, en especial como parte de la respuesta del Tercer Mundo a los desmanes del poder imperialista, lo mismo que al interior de los conflictos sociales en un mundo desestabilizado por la aplicación de políticas neoliberales.
Al Che se lo puede idolatrar y venerar hasta la exageración. Se lo puede denostar, insultar y vituperar sin medida ni clemencia. Lo que no se puede hacer es ignorarlo. En esa perspectiva, algunos pensamos que se lo debe estudiar en su dimensión humana e histórica y, sobre todo, rescatar para los días que corren su inconmovible y urgente legado ético.