Para enumerar los trabajos que se ocupan de las etapas post Che, que abarcan varias décadas, los dedos de las manos bastan, sin embargo se están dando los primeros pasos para abrir seriamente las fuentes documentales, tanto escritas como orales.
Un insistente y reiterado reclamo a quienes se embarcaron en la lucha armada desde fines de los años 60 fue que recogieran documentos y levantaran testimonios sobre su accionar. A varios de ellos y ellas, generacionalmente colegas y en cierto modo sobrevivientes de esa larga contienda, solíamos decirles que estaban dejando un agujero negro en la historia del país.
No existía una recuperación documental tan siquiera elemental. Tampoco una labor así sea rudimentaria de acopiar testimonios y memorias individuales de los protagonistas, ¡cuántos ya partieron sin haber dejado su aporte personal a la reconstrucción de la memoria histórica colectiva!
Este vacío de información se hacía patente por la manera superficial e incompleta con la que la mayoría de los estudiosos de la historia contemporánea de Bolivia ha tratado el tema. Una simple apreciación cuantitativa de la bibliografía producida en el país sobre este asunto lo confirma y revela un desequilibrio flagrante.
De los más de 80 títulos de libros que hemos podido registrar (sin contar obras de ficción), la inmensa mayoría versa sobre la primera etapa de la lucha armada, vale decir sobre lo ocurrido en 1967 y las secuelas inmediatas de la presencia de Ernesto Che Guevara en Bolivia.
En tanto que para enumerar los trabajos que se ocupan de las etapas post Che que abarcan varias décadas, los dedos de las manos bastan y sobran. Son tan escasos que nos aventuramos a mencionar sus títulos y autores: Teoponte: una experiencia guerrillera, de Hugo Assman (Oruro, 1971); Cartas a Cecilia, Diario de Campaña, de Néstor Paz Zamora “Francisco” (Santa Cruz, 1995); Volvimos a las montañas, de Osvaldo “Chato” Peredo (Santa Cruz, 2003); Teoponte, el holocausto olvidado y Las palabras toman vida, de María René Quiroga Bonadona (La Paz, 2005); Teoponte: sueños de libertad masacrados, de Mario Suárez Moreno (La Paz, 2013) y Teoponte: La otra guerrilla guevarista en Bolivia, de Gustavo Rodríguez (Cochabamba, 2006) obra, esta última, producto de una larga y laboriosa investigación que la convierte en pieza fundamental para comenzar a entender el rompecabezas “eleno”.
La buena noticia es que ese manto de olvido ha empezado a descorrerse. Se están dando los primeros pasos para abrir seriamente las fuentes documentales, tanto escritas como orales. Las primeras pasan por un proceso de acopio, verificación y sistematización no exento de dificultades resultantes de las condiciones de persecución sañuda y obligada compartimentación en las que por muchos años se desenvolvió el ELN. Ciertamente el exterminio buscado por los organismos represivos era el peor clima para resguardar y conservar la documentación escrita sobre lo que pensaba o proponía la organización guerrillera; la simple posesión de un papel podía significar apresamientos, torturas e incluso la muerte. A la vez las posibilidades de reproducir y poner en circulación el material escrito eran extremadamente precarias.
En cuanto a las fuentes orales, como es natural, siguen siendo las más complicadas, no solamente por el riesgo inexorable de desaparición, sino también por ser las de una mayor carga subjetiva, al punto que todavía hay testimoniantes que prefieren el anonimato o siguen usando sus “nombres de guerra”.
En ese camino hay por lo menos dos publicaciones impresas para mencionar: la una es Blanco y Negro (selección de documentos del Ejército de Liberación Nacional). Dice ser el Tomo 1 de una serie denominada Documentos para la historia política de Bolivia y se publicó a fines de 2014. La compilación abarca el periodo de 1966 a 1981, dividida en tres bloques o capítulos: de Ñancahuazú a Teoponte, Reorganización y Resistencia y Organización del Partido Revolucionario de los Trabajadores de Bolivia-Ejército de Liberación Nacional. Se anuncia, asimismo, que los documentos de otras etapas posteriores vendrían después en sucesivos tomos.
La otra publicación, auspiciada por el Centro de Investigaciones Sociales (CIS) de la Vicepresidencia y recientemente aparecida es Ejército de Liberación Nacional (ELN) Documentos y escritos (1966-1990). Los jóvenes autores de este trabajo son Boris Ríos, Héctor Udaeta y Javier Larraín. Se trata de un volumen de documentos acopiados, mucho más denso que el mencionado anteriormente (Negro y blanco…) y que abarca hasta 1990, además de ir precedido de un importante ensayo de casi un centenar de páginas, titulado Apuntes para una historia sobre el Ejército de Liberación Nacional. Apoyados en gran medida en el propio material acopiado, además de una docena de entrevistas y algunas referencias bibliográficas imprescindibles, los autores construyen modestamente lo que vendría a ser el primer esbozo histórico de una corriente política de enorme gravitación en la vida del país en los últimos 50 años. Y no solo por sus dos acciones armadas más conocidas —Ñancahuazú y Teoponte— sino también por sus propuestas y su accionar en las masas, a partir de instancias como el Movimiento Campesino de Bases (MCB), el Frente Estudiantil Revolucionario (FER) o las Brigadas Mineras de Base (BMB). A la luz de estos Apuntes… que obviamente deberían ser complementados, precisados, enriquecidos, y por qué no, debatidos, podría aventurarse el juicio de que el ELN fue más exitoso cuando por sobrevivir a la implacable represión que buscaba destruirlo, priorizó el trabajo político en las bases sociales, por encima de las acciones armadas de resistencia que tanta sangre le costaron.
Y en lo que se refiere a documentos y escritos, los 67 incluidos en el libro, según los autores, son nada más que una selección de por lo menos otro tanto que lograron acopiar. Y en tales condiciones, es inevitable, y hasta cierto punto legítimo, que predominen criterios subjetivos de selección. Según se apunta al pie de cada documento, una gran mayoría proviene del “Archivo orgánico del Movimiento Guevarista. Regional Cochabamba”, otros están señalados como pertenecientes al “Archivo personal de V.V.” No resulta desatinado, entonces, plantear la necesidad de construir un archivo único del ELN en una entidad académica confiable que además digitalice todos esos documentos y otros que con seguridad aparecerán.
Esta iniciativa debería ser parte de una verdadera movilización por recuperar y hacer un adecuado tratamiento de la documentación histórica sobre estos sucesos a los 50 años de que se iniciaron. Movilización que debe incluir la apertura de archivos todavía vedados a la investigación. Coincidimos con los autores: Al ELN le queda mucho por contar. Pero coincidirán con nosotros en que también hay mucho para el análisis, para la interpretación y la reflexión crítica. Y esto mejor que nadie pueden y deben hacerlo sobre todo las nuevas generaciones.