Joven dirigente comunista minero
La noche del 17 de abril el grupo de la Retaguardia dirigido por Joaquín se separó dela columna comandada por Ernesto Che Guevara. A los ocho hombres del grupo inicial se sumaron Tania y Alejandro, quienes estaban con fiebre alta, y Moisés Guevara, aquejado de un cólico de las vías biliares.
El Negro, médico peruano, quedó a cargo de los enfermos. Los 16 hombres y una mujer, entre quienes iban también los cuatro de la “resaca”, quedaron en las cercanías del río Ñacahuasú, en una zona de Bella Vista, también llamada Monte Dorado.
El Che había ordenado a Joaquín hacer una exploración por la zona, impedir un movimiento excesivo del ejército y esperarlo durante tres días, sin combatir frontalmente, hasta su regreso; pero durante largos días de búsqueda mutua ambos grupos estuvieron próximos sin llegar a verse más.
Los guerrilleros comandados por el Che habían ido hasta las cercanías de Muyupampa para dejar a Regis Debray y Ciro Bustos, quienes fueron apresados a su salida. También en una de las góndolas [1] que hacían los hombres de la Retaguardia para buscar alimentos, Pepe, uno de la “resaca”, desertó; los militares lo apresaron en Ití y lo asesinaron el 24 de mayo.
Ante las evidencias de la presencia del grupo insurgente el ejército comenzó por la zona una operación de rastreo a la que denominaron Cinthya, nombre de la hija del general Reque Terán.
Una semana después de la muerte de Pepe, el 2 de junio, Antonio Sánchez Díaz, Marcos, Casildo Condorí Coche y Antonio Jiménez Tardío, Pedro o Pan Divino, salieron de exploración y a buscar alimentos. Marchaban confiados por la senda recorrida sin novedad en otra oportunidad y cayeron en la emboscada tendida por la tropa al mando del subteniente Néstor Ruiz, en Peñón Colorado, muy cerca del poblado de Bella Vista.
El primero en caer herido de muerte fue Marcos, que venía al frente, después Víctor. Pedro logró escapar y llegó al campamento donde informó de los hechos.
Ese día la sangre cubana y boliviana derramada hermanó aún más al grupo de combatientes de varios países que luchaban por hacer realidad el ideal de alcanzar una sociedad más justa para los pueblos de Latinoamérica.
El 10 de julio el Che anota en su diario. “La radio dio la noticia de un choque con guerrilleros en la zona de El Dorado, que no figura en el mapa y es ubicado entre Samaipata y el Río Grande; reconocen un herido y nos atribuyen dos muertos”. [2]
Víctor se había unido a la guerrilla en el mes de febrero, como parte del grupo de Moisés Guevara. Nacido el 9 de abril de 1941 en Coro Coro, minas de cobre de la provincia Pacajes, en el departamento de La Paz, el joven boliviano de apenas 26 años ostentaba la condición de fundador y primer secretario del Comité Local del Partido Comunista de Bolivia en su pueblo natal.
De extracción humilde era este corocoreño hijo de Faustino y Simona, quienes crearon a sus siete muchachos con los exiguos recursos ganados haciendo pan en un horno de leña, en Coro Coro no existía electricidad para todos, aunque habían dos minas donde más de mil mineros extraían cada día cobre de las entrañas de la tierra y un laboratorio para procesar el mineral.
En 1985 Matilde Condori ofreció su testimonio sobre el hermano caído en la guerrilla del Che. “Mi madre falleció sin conocer la muerte de su hijo –explicó-. Ella no sabía leer y le dijimos que él estaba en Cuba... nada más. Mi padre sí lo supo, porque lo leyó en el periódico”.
“Casildo estudió en La Paz, fue al seminario de los curas hasta el tercero de la enseñanza secundaria. Después ayudaba a mi padre en la panadería y en la conducción de un camión, pero se dedicaba más a la labor del Partido que a otra cosa”.
Cuenta Matilde que era un muchacho bajito, de tez clara y muy inteligente. Hablaba aymara como la madre. Nunca salió de Bolivia y tampoco rompió su reserva habitual en los trajines políticos cuando decidió irse a la guerrilla, pues a nadie se lo dijo.
Hugo Alano, esposo de Matilde, compartió con su cuñado tareas partidistas y aún recuerda los momentos críticos que afrontaron con la subida al poder del general Barrientos. “Casildo -dijo- asistió a un congreso del Partido en las minas de Siglo XX. Sé que era inteligente, tenía el temperamento de los aymaras y también era dado a las bromas. Comprendo su sacrificio de tomar el camino de la lucha armada”.
Faustino, el padre luchador que alcanzara los grados de cabo y una condecoración en la Guerra del Chaco, estaba cerca de los 80 años cuando fue entrevistado en la misma casa de dos piezas y una cocina donde naciera y viviera el joven guerrillero.
“Era el mejor de mis hijos, el más capacitado –recordó el padre-. Me ayudaba en el trabajo. Los vecinos lo llamaban el rojo y me decían éste es el papá del rojo”. En su cuartito aún guardaba la cama, el velador, un pequeño estante y el tacho (porrón), que pertenecieron a Casildo y que, como manda la tradición, nadie más utilizó.
Sus familiares encontraron entre sus libros, folletos con escritos de Mao Tse Tung y Fidel Castro y una carta mandada a la esposa desde la guerrilla, destruidos ante la represión de que fueron objeto. También tuvieron que arrancar los afiches que él había pegado a las paredes, con la figura del comandante Fidel Castro.
En ese cuartico humildísimo vivió Casildo junto a su esposa Nancy Yujra y tres hijos, un varón y dos hembras. Dos de ellos murieron en una misma noche, enfermos de escarlatina. Solo quedó Lena, una de las muchachitas.
Hombre sencillo y revolucionario ejemplar, Casildo supo dar su vida por la causa más justa, la de luchar por brindar a los hombres y mujeres de su pueblo, que sufren una opresión secular, un poco de bienestar y felicidad y que los niños no mueran, como sus hijos, por falta de atención médica.