El más joven de la guerrilla
Mientras la leyenda de la guerrilla de Bolivia crece como la espuma y el grupo se va convirtiendo ante los ojos de los campesinos en superhombres invisibles, el ejército trata de influir con engaños y amenazas sobre los pobladores de la zona.
Desde los primeros días de junio, el embajador norteamericano se había reunido con el general Barrientos para ultimar detalles acerca de cómo se enfrentaría el auge que tomaba el grupo armado y su influencia entre los mineros de Huanuni, Catavi y Siglo XX.
La orden del gobierno estadounidense, ejecutada de inmediato por el mandatario boliviano, fue tomar medidas drásticas para acabar con el foco subversivo y el posible apoyo por parte de los obreros. La noche de San Juan se materializaría una parte de lo acordado: el ejército boliviano llevó a cabo una masacre que costaría la vida a decenas de mineros y sus familiares.
El 6 de julio un reducido grupo de hombres bajo las instrucciones del Che tomaron la población de Samaipata, capital de la provincia de Florida, situada a 120 kilómetros de la ciudad de Santa Cruz, por la entonces importante carretera que enlazaba el lugar con Cochabamba, Oruro, Sucre y La Paz.
No obstante la efectividad del golpe, estaba presente en todos los revolucionarios la preocupación por la imposibilidad de hacer contacto con la Retaguardia, liderada por Juan Vitalio Acuña, ya que comenzaban a existir indicios de que tropas armadas y entrenadas por oficiales ranger norteamericanos trataban de cercarla.
En las notas escritas el 8 de julio Israel Reyes Zayas, Braulio, segundo jefe de la Retaguardia, señala: “Sorprendieron a Alejandro y a Polo en la posta de observación, abandonamos el campamento a otro pero el ejército nos siguió”.[1].
El 9 de julio de 1967, en el cañadón del río Ikira, caía Serapio Aquino Tudela, oriundo del poblado de Viacha, capital de la provincia de Ingavi, en el departamento de La Paz.
La información sobre la muerte del combatiente llegó también hasta la columna del Che, quien anota en su diario el 12 de julio: “Ahora la radio trae otra noticia que parece verídica en su parte más importante; habla de un combate en el Iquira, con un muerto de parte nuestra, cuyo cadáver llevaron a Lagunillas (...)” [2]
Serapio era primo de Apolinar Aquino Quispe miembro también de la Retagurdia y caído en la emboscada de Puerto Mauricio (Vado del Yeso), el 31 de agosto de 1967. Serapio se había integrado al grupo antes de la llegada del Che, como peón de la finca Ñacahuasú y después pasó a ser combatiente.
En julio de 1985, cuando la madre, Vicenta Tudela, fue entrevistada, su mayor anhelo era tener unos pesos para pagar una misa por el alma del hijo nacido en octubre de 1951, uno de los más pequeños, de los 11 que tuvo en su matrimonio con Manuel Aquino.
En Viacha continuó viviendo la familia que recuerda al muchacho obediente, preocupado por los estudios en la escuela adventista, que cada día ayudaba a la madre en la venta de pan, cargando las canastas hasta las ferias de Wilaki, Popoco, Ibacuta y Desaguadero, o llevándolas en la carretilla hasta la Plaza Central.
Vicenta, una legítima representante del pueblo aymara, se niega a admitir la muerte de Serapio y aún lo espera: “El dijo que iba a trabajar y con eso me ayudaría. No alcanzaba la plata para mantenerse. Yo creo que mi hijo iba a trabajar a La Paz. Entonces le encargué que fuese honrado. Cuando se fue tenía 15 años y estudiaba segundo curso en la escuela”.
Los años y la pobreza no vencieron a Vicenta que continuó vendiendo pan y esperando al hijo, al que aún veía como arquero de fútbol en el equipo San Martín o jugando frontón, como a él le gustaba. Ahora la ayuda el nieto Federico, hijo de Adela, la hija menor, quien a menudo rememora las maldades que ella y su hermano le hacían a la madre cuando eran niños, tomándole sorbitos de leche durante la noche y jugando en los campos de Viacha.
Eusebio Tapia cuenta que el día de su muerte Serapio se adelantó en la marcha: iba sin mochila para que descansara de la carga, pues tenía dificultad al caminar producto de un problema en un pie que las largas marchas habían agravado. “Al pasar una curva del camino –señala- parece que sintió un movimiento extraño y empezó a gritar: ¡El ejército!, no avancen que hay soldados”.
Cuando Eusebio fue apresado, los soldados le explicaron que ellos decían a Serapio que se callara, porque la intención era coger a todo el grupo, pero el gritó y por eso lo mataron.
“El nos salvó la vida ese día. Nosotros maniobramos, entramos al monte, dejamos la mayor parte de la carga y retrocedimos unos kilómetros hasta que el río se encajona y no pudimos seguir. Parece que el ejército por miedo no avanzó más. Eran los del CITE, una Compañía de tropas especiales de paracaidistas”.
Al más joven de los guerrilleros le gustaba hablar del futuro y creía en una costumbre de su lugar natal donde los pajaritos sacan la suerte escrita en unas tarjetas. “El se la había hecho decir antes de ir a la guerrilla –explica Eusebio-, y le indicó que iba a tener fortuna. ´!Vamos a triunfar! Y a cambiar nuestra fortuna´ -decía. “Eso se cumplió porque se convirtió en un héroe”.