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El asesino que escapó a la maldición del Che

Mario Terán, fallecido días atrás a los 80 años, vivía sólo y víctima del alcoholismo, pero siempre bajo el paraguas del Ejército boliviano que lo acobijó hasta que su cuerpo dijo basta. El hombre que mató Ernesto Guevara es uno de los pocos militares bolivianos al que lo alcanzó la muerte natural. El resto, no pudo evitar la maldición.

Vivía enfermo. Retirado del ejército por alcohólico pero protegido al punto en que su domicilio estaba dentro del cuartel de la Octava División  en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, el sargento mayor Mario Terán fue uno de los pocos militares bolivianos sobrevivientes a “la maldición del Che”.


El primero en morir fue el hombre que dio la orden, René Barrientos, quien con la frase “saluden a papá” sentenció a muerte al guerrillero. Barrientos, general de aviación, arribó al gobierno de forma violenta, a través del golpe de Estado contra Víctor Paz Estensoro, presidente electo. El militar era vicepresidente y en una cruenta asonada, el 4 de noviembre de 1964, se apropió de la silla presidencial.

Años después, Barrientos ganaría las elecciones, ordenaría la matanza de mineros en lo que se conoce como la masacre de San Juan, mandaría a matar al Che y finalmente moriría calcinado cuando el helicóptero en el que viajaba se precipitó a tierra en circunstancias aún no esclarecidas. La historia oficial dice que chocó contra unos cables, pero hay quienes sostienen que fue por el disparo de un francotirador.

Luego le tocaría el turno a Roberto Quintanilla, jefe de inteligencia del Ejército en tiempos de la guerrilla. Él fue ultimado en 1971 por Mónica Ertl, una boliviana de ascendencia germana, hija del fotógrafo personal de Adolfo Hitler. Ertl, a quién llamaban la imilla (muchacha en quechua y aymara), se afilió al Ejército de Liberación Nacional (ELN) que creara el Che Guevara. Luego de matar a balazos a Quintanilla, que era cónsul boliviano en Hamburgo, se deshizo de la pistola y dejó una nota que decía: "Victoria o muerte".

Siguió Andrés Selich, hijo de croatas nacido en el valle alto de Cochabamba, quien cuando vio a Ernesto Guevara prisionero y desarmado le dio un culatazo. Posteriormente, ordenó que le amputaran las manos. Selich fue ministro del Interior de la dictadura de Hugo Banzer y hay varios testimonios de que no sólo ordenaba las torturas sino que intervenía personalmente en ellas.

En un dramático ejemplo de quien "a hierro mata a hierro muere", Andrés Selich falleció tras una golpiza cuando su hígado cirrótico (era alcohólico) explotó. Sus propios subalternos le dieron una paliza, ya que Banzer sospechaba que su ministro quería sustituirlo.

Joaquín Zenteno, excomandante de la séptimadivisión que combatió y capturó al Che, murió en 1976, asesinado por sicarios en París. Sobre él también había sospechas de que quería desplazar del gobierno a Banzer.

El siguiente en la lista fue el general Juan José Torres, asesinado por la Triple A en Argentina donde estaba exiliado. Su muerte fue parte de la operación Cóndor. Torres era jefe del Estado Mayor de las FFAA en épocas de la guerrilla.

El ministro de gobierno de Barrientos, Antonio Arguedas Mendieta, el hombre que entregó a militantes del Partido Comunista de Bolivia una copia del diario del Che que posteriormente publicaría Fidel Castro, también murió, en el 2000, de forma violenta: le explotó una bomba que llevaba pegada a su cuerpo y con la que pretendía realizar un atentado.

A la lista debe sumarse Gary Prado, el por entonces capitán que capturó al Che, quien permanece en silla de ruedas desde 1982 debido a un disparo de un soldado durante la toma del campo petrolero Tita en manos de un grupo armado de ultraderecha.

El hombre invisible


Después de haber asesinado a quien le dijo “Tranquilícese, va a matar a un hombre”, Mario Terán vivió con miedo, al punto en que se inventó otra identidad: se hacía llamar Pedro Salazar y se dedicó al alcohol, pero permaneció siempre bajo la custodia del Ejército.

Telam conversó con el historiador y periodista Carlos Soria Galvarro, el mayor experto en la guerrilla de los años ‘60 en Bolivia y por entonces miembro de la dirección de la Juventud Comunista boliviana. La mayoría de sus miembros (Antonio Jiménez, Aniceto y Loyola Guzmán) se afiliaron a la guerrilla.

Soria Galvarro dice: “Que yo sepa nadie logró entrevistar a Terán. Solo a principios de los ‘70 el periodista italiano Roberto Savio consiguió unas breves palabras con él, pero el suboficial negó ser quien disparó sobre el guerrillero”.

Agrega: “En el gobierno de Evo Morales corría la historia de que médicos cubanos de la Operación Milagro habían operado a Mario Terán de cataratas pero nunca pude confirmar esa información. Podría tratarse de un homónimo”.

El sargento mayor Mario Terán nació el 9 de abril de 1942, diez años antes de la revolución que cambiaría el destino de Bolivia entregando las minas al Estado, la tierra a los campesinos y permitiendo el voto universal. A los 25 años, se ofreció como voluntario para cumplir con la orden de “saluden a papá”. A los 80 falleció en Santa Cruz luego de meses de agonía en la clínica del Seguro Social Militar. Lo suyo fue muerte natural, a diferencia de la mayoría de sus comandantes.

Erick Sánchez, amigo de Terán, escribió: “Se lleva muchos secretos a su tumba que nunca quiso revelar… Fuimos amigos y me contó un par de cosas que prefiero guardar para mí”.

Aunque pocos secretos deben quedar por revelarse en este drama. Quizá la mayor “maldición” que persiguió a quienes participaron en la muerte del Che, sea el hecho que pese a sus ambiciones políticas sus nombres solo sobreviven asociados al del guerrillero cubano-argentino que quiso exportar la revolución y crear muchos Vietnams.

(El autor es periodista y escritor)

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