Eusebio y el Che: Historia de un desencuentro

Prólogo a la segunda edición del libro: “Piedras y espinas en las arenas de Ñancaguazú” de Eusebio Tapia, octubre 1998

Los héroes hijos de la épica son espejos ejemplares en los que quisiéramos vernos retratados. El Che es una de esas figuras acuñadas en la sangre por este siglo generoso en holocaustos. Intenso y nuestro, tanto que puso a Bolivia en el mapa mundial en la segunda mitad de la década de los años sesenta. El paso de los años lo hizo imagen perfecta, símbolo y emblema. Derrotado, renació de las cenizas no como ejemplo de las ideas socialistas por las que se inmoló, sino por su coherencia humana. Su hombre nuevo, más allá de la revolución y la batalla mortal contra el imperialismo, lo fue como él mismo –igual que los cristianos de los primeros años, igual que los santos de todas las épocas– porque vivió como dijo que había que vivir.