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Gary Prado:  cautivo de la historia oficial

Gary Prado: cautivo de la historia oficial

Periódico La Razón, La Paz,  julio de 1997

Gary Prado Salmón ha sostenido a lo largo de estos treinta años que él capturó al Che pero no fue su verdugo. ¿Qué razones tuvo entonces para negar reiteradamente que los restos estuvieran enterrados en Vallegrande? Con los debidos respetos, quisiera ensayar una explicación.

Confieso que por momentos llegué a pensar –como seguramente muchos investigadores preocupados por el tema– que Prado Salmón poseía alguna información altamente reservada con base en la cual afirmaba rotundo que no había ningún resto que buscar.

El único sustento para sus afirmaciones resultó un instructivo de los mandos militares que ordenaba cercenar las manos del Che para fines de identificación y luego quemar y esparcir los restos. No se quería una especie de santuario donde se venerara la memoria del comandante guerrillero.

Cremación imposible

Un primer elemento que me convenció de que la versión de Prado Salmón era cuando menos deleznable lo obtuve hace varios años en el Cementerio General de La Paz.

Se me había encomendado la penosa misión de hacer abrir las tumbas de mis abuelos maternos, un tío y un primo, fallecidos hace decenas de años, para que los restos sean cremados y llevados a Cochabamba, donde ahora residen los deudos más cercanos. Cumplí la tarea cierto día y volví por la noche para asistir al crematorio que empezaba a las nueve de la noche, atendiendo el turno en que los esqueletos llegan a la fila metidos en bolsas negras de plástico.

Cada uno de ellos fue introducido en el horno con una inmensa chimenea y sometido a las llamas con cerca de 1.200 grados centígrados de temperatura, por más de media hora, luego de lo cual fueron molidos a mis vistas en unos quimbaletes metálicos. Pregunté a los encargados de faena tan escabrosa cuánto demoraba en ser convertido en polvo un cadáver fresco. Me contestaron que por lo menos 24 horas.

Cuando cerca de la medianoche abandonaba el camposanto llevando en cuatro livianas bolsitas lo que quedaba de mis parientes, llegué a una conclusión: el Che no pudo ser quemado y esparcido como dice la historia oficial de Gary Prado Salmón.

No existía ni existe en Vallegrande nada parecido al tremendo horno crematorio de La Paz (que además funcionaba con diesel, con gran disgusto de los vecinos por su efecto contaminador). A propósito, reflexioné también sobre las prácticas funerarias crematorias vigentes en diversas culturas, pero obviamente ése no es nuestro caso.

Después, por varios años rondó por mi mente la sospecha de que el Che hubiera sido "esparcido" de todas maneras, sin la previa cremación. Es decir, arrojado a la selva desde un avión. Así por lo menos se procedió –según varios testimonios– con Jorge Vázquez Viaña (El Loro), guerrillero herido y prisionero en Camiri.

Sin embargo, esta presunción se vino abajo cuando Jaime Niño de Guzmán, quien fuera el piloto del único helicóptero que operó esos días en la zona, la desmintió categóricamente. Sus declaraciones aparecieron como bastante convincentes. Él estuvo al tanto de todas las operaciones aéreas esos días y en ningún caso pudo haberse procedido de esa manera, afirmó.

Nuevos y viejos indicios

Más recientemente –luego de la búsqueda febril de fines de 1995 y comienzos de 1996–, un equipo de periodistas de la revista alemana "Der Spiegel", sin medir gastos en un inusitado despliegue investigativo, pretendió obtener la primicia del hallazgo de los restos. Y estuvo muy cerca de lograrlo. Les sobraba dinero, pero les faltaba la pasión motivadora y, obviamente, la paciencia y profesionalidad del equipo de investigadores cubanos.

Colegas que trabajaron con los alemanes y que se contactaron conmigo en busca de apoyo documental deslizaron algunas importantes conclusiones una vez que la investigación fue suspendida. El Che está enterrado en las proximidades de Vallegrande. El sitio exacto lo saben algunos militares que no se han dejado sobornar, lo que por cierto habla bien de ellos. En cualquier sitio de la región se hubiera visto la enorme y prolongada hoguera que se hubiera requerido para incinerar los restos. Definitivamente, no hubo cremación, porque además los bidones de gasolina con los que se debía hacer el operativo fueron vistos intactos en el alojamiento donde pernoctaban los militares aquellos días.

Esta información ratificaba una vez más la antigua versión –publicada por lo menos hace 10 años por Edwin Chacón Aramayo, antiguo corresponsal de "Presencia" durante la época guerrillera– de que el Che y muchos de sus compañeros estaban enterrados en las proximidades de la pista aérea de Vallegrande.

En la misma dirección apuntaba la afirmación del general Luis Reque Terán cuando la carrera de Historia de la UMSA y la Asociación de Periodistas de La Paz lo invitaron a un debate en ocasión de la presentación del segundo tomo de la serie El Che en Bolivia, en septiembre de 1993. Él dijo que los restos del Che, al igual que los de otros guerrilleros, estaban enterrados en algún lugar de Vallegrande, aunque por evadir respuestas comprometedoras añadió que los que sabían exactamente dónde ya habían fallecido. Sólo algunos periodistas de agencias internacionales de noticias captaron la importancia de esta afirmación, proveniente de otro de los principales actores de los acontecimientos de la época.

Historias oficiales

A mi juicio, Gary Prado es un hombre honesto e inteligente. Me costaría creer que en este caso haya mentido deliberadamente como creían los periodistas alemanes y como seguramente muchos lo creen ahora. Por otra parte, es imposible no suponer que estaba en condiciones de llegar por sí mismo a las conclusiones acertadas, aun sabiendo que existían órdenes militares para la incineración.

Cualquiera sabe, y Gary Prado con mayor razón, que no siempre las órdenes se ejecutan ni menos al pie de la letra. O, "se acatan pero no se cumplen", como decía el adagio colonial con respecto a las "Leyes de Indias".

Prefiero suponer que Gary Prado Salmón fue víctima de la ofuscación, originada en su adhesión incondicional a la institución armada. Se aferró a una versión oficial cada vez más inverosímil bajo la creencia de que así contribuía a alejar el fantasma del Che.

Resulta curioso cómo todos los testimonios militares, del propio Gary Prado, de Saucedo Parada, Reque Terán y Vargas Salinas, coinciden en admitir la ejecución del Che, sin ningún atenuante. Todos desmienten la primera versión oficial que pretendía hacer creer que cayó en combate, porque era francamente insostenible desde el momento mismo en que fue propalada. En cambio, el paradero de sus restos se manejó como un secreto militar. Versiones convergentes sobre el lugar en que en definitiva se los encontró iban y venían, pero ninguna de fuente castrense responsable, hasta que Mario Vargas Salinas habló más de la cuenta y fue amonestado por ello.

La afirmación de Prado Salmón, de que los restos habían sido incinerados por personal militar anónimo en un lugar no precisado, siempre fue deleznable. Pero tenía la fuerza de quien la hacía: un protagonista principal de los sucesos. Ahora es sólo un mal recuerdo. Los restos del Che han sido recuperados, identificados plenamente y están de regreso a Cuba.

Traspié

Existen suficientes elementos históricos para sostener que el entonces capitán y ahora general retirado no participó directamente en la ejecución de la escuelita de La Higuera, así lo sostuvo desde el primer momento y lo ha reiterado a lo largo de varias décadas en declaraciones públicas y en su valioso libro La guerrilla inmolada.

Nadie en su sano juicio puede sindicarlo de la muerte del Che. Lo capturó, sí, en cumplimiento de sus deberes militares.

Aunque también es verdad que por "espíritu de cuerpo", por "lealtad a la institución" o por cualquier otra razón, Prado Salmón siempre ha justificado los hechos tal cual ocurrieron. Supone que no había más alternativa que eliminar al prisionero. Que las autoridades de entonces obraron de la única manera que podían hacerlo. Aspectos todos ellos muy discutibles en un ambiente de serenidad y tolerancia democrática, lejos de la agobiante doctrina de la "seguridad nacional" que los Estados Unidos insuflaron a los militares bolivianos y latinoamericanos.

El empecinamiento de Prado Salmón en sostener la inexistencia de los despojos del Che es un traspié que no solamente lo devalúa personalmente, sino que arroja sombras de incertidumbre sobre el conjunto de su aporte testimonial al esclarecimiento de los hechos históricos de los que fue protagonista.

La autocrítica, en el buen sentido de la palabra, sería el mejor recurso aconsejable. Pero estoy muy lejos de suponer que Gary Prado Salmón vaya a practicarla en esta ocasión.

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