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Adrizola Veizaga David DarioDario, hizo realidad la sentencia popular boliviana de que la sangre de minero germina: LA SEMILLA GUERRILLERA

En las minas, donde se unen la triste soledad del paisaje andino con la vida miserable de los hombres que cada día bajan a las entrañas de la tierra, transcurrió la existencia de David Adriazola Veizaga, Darío , el joven de 28 años que llega al campamento de Ñacahuasú el 14 de marzo de 1967.

El muchacho de estatura baja, cuerpo macizo y pelo castaño claro, a quien costaba mucho sacarle las palabras, había nacido en 1939 en el departamento de Oruro. De su niñez perdida en el campamento minero de Huanuni nada ha podido saberse. Entre los obreros que cada día exponen sus vidas bajo el suelo, sin protección alguna para ellos y sus familias, nació y se hizo hombre antes de tiempo, sin apenas pisar un aula, saber de juegos o recibir un gesto de afecto.

Los peligros que acechan en los socavones por donde corre el mineral y detona la dinamita se convirtieron en su rutina diaria. Poco a Poco empieza a comprender la lección emanada del cercano cementerio en el que descansan las miles de víctimas de la explotación sobre la cual edifican unos pocos su riqueza.

No conoce de leyes obreras, pero si de las represalias encarnizadas contra cualquier manifestación de descontento, de la negativa al empleo por participar en una huelga declarada ilegal o sofocada por el gobierno.

Más de una vez contempla la sangre derramada por sus compañeros de infortunio y la rabia oculta en su silencio crece cada día. Por eso contesta afirmativamente, cuando Moisés Guevara le habla de empuñar las armas para desterrar la injusticia secular que oprime a su pueblo, y marcha decidido junto al dirigente del Partido Comunista marxista-leninista.

A su llegada al campamento guerrillero es designado al grupo de la Vanguardia. En Manuel Hernández Osorio encuentra un jefe comprensivo y ejemplar, en Coco Peredo, al compatriota valiente que le brida apoyo y cariño.

El Che, siempre atento a cada uno de los combatientes, sigue de cerca al muchacho unas veces jovial, otras ensimismado en sus pensamientos. Aunque en los primeros momentos duda que reúna las cualidades para llegar a ser un guerrillero, observa como evoluciona desde su primer combate, el 25 de abril, cuando bajo el mando de Rolando ocupa la orilla del arroyo para enfrentar al enemigo por el flanco.

Darío es también uno de los ocho combatientes que cumplirán, a inicios de agosto, la riesgosa misión de ir hasta el campamento de Ñacahuasú, descubierto ya por el ejército boliviano, en busca del grupo de la Retaguardia y de medicamentos escondidos en una cueva cercana.

En las anotaciones hechas por el Guerrillero Heroico en su diario aparece el nombre del joven minero como participante en una emboscada, miembro de una patrulla de exploración y abriendo la marcha a filo de machete para hacer un camino entre la enmarañada vegetación.

El 13 de septiembre el Che escribe: “Hablé con Darío, planteándole el problema de su ida, si así lo desea: primero me contestó que salir era muy peligroso pero le advertí que esto no es un refugio y que si decide quedarse es de una vez y para siempre. Dijo que si y que corregiría su defecto, Veremos” [1].

Al otro día, cuando escribe la última evaluación trimestral del combatiente, el jefe guerrillero destaca: “Un gran paso de avance ha dado y se manifiesta a seguir hasta el final, tal vez salga un combatiente de él” [2].

El 8 de octubre Dario ocupa, junto a Inti Peredo, el lado izquierdo de la quebrada, posición indicada por el Che para garantizar la salida por ese lugar si fuera necesario.

Cuando se apagan los disparos del encarnizado combate de la Quebrada del Yuro y los seis sobrevivientes escuchan en sobrecogedor silencio la noticia de la muerte de su entrañable comandante, Darío está entre los que juran: “Che, tus ideas no han muerto, continuaremos la lucha hasta la muerte o la victoria final. Tus banderas, que son las nuestras, no se arriarán jamás”.

A partir de ese instante Darío se dedica por entero a cumplir el sagrado compromiso. De los días posteriores, el hoy general de brigada en retiro Harry Villegas señala: “La vida demostró que de él saldría un firme comtatiente. Resultó muy útil, tanto durante la etapa que burlamos la persecución y vivimos de forma clandestina como en la reorganización de las fuerzas para abrir un nuevo frente guerrillero.

“Durante los entrenamientos, estaba entre los más disciplinados y preocupados por mantener la unidad de un grupo bastante heterogéneo. Siempre mostró una actitud digna, de revolucionario consciente y preocupado por llevar adelante la lucha en Bolivia”.

Volvió a La Paz junto a Inti Peredo y cuando éste fue asesinado el 9 de septiembre de 1969, a causa de una delación, no se amedrentó.

Cristina Fajart, boliviana en cuya casa encontró refugio Darío, lo recuerda con inmenso cariño. Cuenta que al joven le gustaba dibujar y cuando su hijo le decía que si no pensaba en buscar una novia, él le respondía: “Estoy casado con la Revolución”.

Admiraba mucho al comandante Guevara y siempre relataba a Cristina y a su familia una anécdota que le había impresionado grandemente- Explicaba que en la guerrilla se hacian turnos para buscar agua; un día el Che fue con él y al regresar éste se acordó que no había llevado su arma. Entonces se impuso unos días de cocinero, como castigo por el olvido. “Describía al Che como una persona realmente incomparable y sentía un gran orgullo por conocerlo y haber combatido a su lado”, apunta Cristina.

Durante el tiempo que permaneció escondido se desesperaba por la falta de contacto con los compañeros, pues quería reanudar la lucha. A fines del año 69 consiguió trabajo en una casa en construcción, que a la vez le servía de refugio, hasta que establece contacto con los revolucionarios y vuelve a la acción.

El 31 de diciembre de 1969, después de batirse con un carabinero, es revelado el lugar donde se encuentra, pero el humilde minero convertido ya en todo un guerrillero, se bate con las fuerzas policiales hasta morir.


 [1] Ibídem, p. 347.
 [2]Periódico La Razón, suplemento, miércoles 9 de octubre de 1996, p. 14.