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Arana Campero Jaime Chapaco o LuisLuis o Chapaco llamaron al: ESTUDIANTE DE TARIJA

El lugar por donde marcharon los guerrilleros al amanecer del 1ro de octubre es poco hospitalario. La vegetación es seca y con espinas que se clavan en los pies calzados con abarcas. La maleza araña piernas y brazos y se prende hasta de los cabellos crecidos en el monte.

En las mochilas llevan alguna comida, pero es imposible cocinarla por falta de agua. Cuando la encuentran su alto contenido de magnesio amarga el bocado y se hace sentir en los estómagos.

El ejemplo de Fernando, Ernesto Che Guevara, impele a todos a seguir, hasta llegar a un bosquecito donde establecen el campamento por lo bueno del lugar, desde el cual es posible dominar casi todo el movimiento del enemigo, lo que garantiza la retirada.

Durante la noche el Che escribe en su diario: “(...) Chapaco cocinó frituras y se dio un poco de charqui con lo que el hambre no se hace sentir”. [1] Esta es la única vez que el comandante Guevara hace referencia al combatiente boliviano, quien había dado muestras de agotamiento físico y mental, pero al plantearle el jefe la disyuntiva de dejar la guerrilla manifestó que no se iría, pues eso era una cobardía. La decisión de no abandonar la lucha la mantuvo hasta en los duros momentos, cuando el grupo de 17 combatientes   avanzaba por las quebradas y cerros aledaños a La Higuera, perseguidos por unos mil 800 soldados.

El 8 de octubre, cuando el Guerrillero Heroico organiza la defensa, Chapaco ocupa su lugar de combate a la entrada de la quebrada, junto a Willy, Arturo y Antonio, este último designado como jefe de la posición.

Ante el posible choque con el ejército, el Che, preocupado

por el estado de salud del compañero, ordena a Pablito sacarlo del lugar junto al Moro y Eustaquio, también enfermos.

Mientras sus compañeros establecen una línea de defensa para contener las fuerzas enemigas, los cuatro guerrilleros pueden alejarse por un punto, aún no tomado por los soldados, para dirigirse a la zona de contacto que les diera el jefe guerrillero en caso de dispersión.

Se desplazan lentamente durante tres noches, pues no son vistos por las fuerzas que los buscan. Remontan el curso del Río Grande hasta la confluencia con el Mizque, donde acampan en la noche del día 11. El centinela de una compañía del batallón de Asalto 2 detecta la luz de una pequeña fogata encendida los combatientes para mitigar el hambre y el intenso frío reinante en el alto paraje de la región de Cajones.

La necesidad de proveerse de agua los lleva a salir de entre los pequeños arbustos donde permanecían escondidos y llegar hasta el río, donde 145 efectivos del ejército concluían el cerco. A las 11 de la mañana comienza el desigual combate. Durante una hora se escuchan incesantes los disparos hasta que, agotado el parque, cesa el fuego desde la posición que ocupan los revolucionarios.

Cuentan testigos presenciales que al llegar al lugar de resistencia, los soldados encontraron un guerrillero muerto y tres heridos, pero una vez más violan las leyes de la guerra. La orden de matar prevalece contra quienes enfermos y heridos se encuentran indefensos.

Sangre cubana , peruana y boliviana se funde el 12 de octubre de 1967. En la tierra que tanto amó yace el cuerpo de Jaime Arana, el joven nacido el 31 de octubre de 1938, en la ciudad de Tarija, capital del departamento del mismo nombre, en la zona sur de Bolivia. Criado en el seno de una familia de clase media, pudo cursar las enseñanzas primaria y secundaria en su ciudad natal y después continuar estudios técnicos en Potosí, donde trabajaba en el comedor de los alumnos internos para ayudar a sufragar sus gastos.

Cuenta su hermana Marta que Jaime manifestó inquietudes políticas desde la etapa en que estudiaba la carrera de ingeniería en la Universidad de San Andrés y llegó a ser dirigente del Movimiento Nacional Revolucionario (MNR), en la ciudad de La Paz. A su preferencia por la hidrotecnia unía la pasión por la poesía, la actuación y el deporte, aficiones que le harían popular entre los becarios cubanos del edificio de 12 y Malecón, donde vivió mientras cursó estudios en la Isla, y entre los que se distinguía por su alta estatura, fuerte complexión y el negro mechón de pelo lacio caído sobre la frente.

Motivado por las ideas políticas de muchos de sus compatriotas solicitó militar en la célula de la Juventud Comunista boliviana integrada por los estudiantes radicados en La Habana.

Aurora Pérez lo recuerda siempre preocupado por cumplir sus obligaciones como jefe del albergue y exigente contra lo mal hecho. Aunque no cursaba la misma carrera, Jaime era asiduo a las reuniones de estudio que se daban en su casa en Nuevo Vedado, en las cuales participaban también Lorgio Vaca y la esposa de este, Marlene Uriona. En ellas mostraba gran interés por los cambios sociales que se operaban en Cuba.

Marlene señala que desde este tiempo comenzaron a llamarlo Chapaco, sobrenombre que se da en Bolivia a los nacidos en Tarija. Refiere, además, que Pombo e Inti Peredo le contaron la preocupación de Jaime por escribir sobre las luchas obreras en Bolivia, cuando el Che les aconsejó desarrollar un tema en sus horas de estudio. “Dicen que continuamente hablaba sobre el asunto y le encantaba recitar el Brindis del poeta, versos muy extensos que decía muy bien”, apunta.

Otro de sus compañeros, Carlos Manuel Gómez Viciedo, entonces dirigente de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) en el edificio de becarios, cuenta que en febrero de 1966 organizaron un festival deportivo que incluyó carreras de bicicletas.

A la llegada de los ciclos, el loco Arana, como lo llamaban los amigos por sus ojos algo saltones, tomó la iniciativa de darles mantenimiento y custodiarlos para que nadie los tocara hasta el día de la competencia. Su participación resultó decisiva para el éxito del evento y el cuidado de los equipos cuya entrega realizó personalmente.

Rodolfo Saldaña, quien perteneciera a la red urbana de la guerrilla, lo califica de hombre tenaz que mantuvo la decisión de unirse a la lucha armada en Bolivia, no obstante las presiones en contra que hacía el Partido. Además, ocultó la falta de un pulmón producto de una herida sufrida, temeroso de que ello le impidiera sumarse al grupo guerrillero.

Jaime se entrenó militarmente junto a Inti Peredo, Aniceto Reinaga, Benjamín Colorado y Walter Arancibia; llegó al campamento de Ñacahuasú en marzo de 1967. Con el nombre de Luis y Chapaco integró el grupo del Centro bajo las órdenes del Che y como sus compañeros combatió hasta la muerte.

Sus restos permanecieron durante 29 años en la Cañada del Arroyo, de donde fueron extraídos en diciembre de 1996 por la comisión encargada de rescatar los cuerpos de los guerrilleros desaparecidos. Esto pudo realizarse gracias al testimonio brindado por el campesino Vicente Zabala. La tierra de Tarija acogió también en su seno al revolucionario entusiasta que supo entregar la vida antes de claudicar. Por decisión de sus familiares sus guerrilleros huesos descansan hoy junto a sus compañeros en el recinto sagrado que la ciudad de Santa Clara dedica a este destacamento de revolucionarios ejemplares.


 [1] Ernesto Guevara: El diario del Che en Bolivia, Ilustrado, p. 385.