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Gutirrez Ardaya Mario JulioEl Che lo consideró un futuro gran cuadro revolucionario

“Ya está por acá el médico que entrenó en Manila se llama Julio y luce bien, según dicen” quedaba reflejada en el diario de Octavio de la Concepción de la Pedraja, Moro, la llegada de Mario Gutiérrez Ardaya al campamento de Ñacahuasú.

El galeno boliviano, recién graduado en Cuba, se había incorporado a la guerrilla el 10 de marzo de 1967, mientras el comandante Ernesto Guevara y la mayoría de los combatientes se encontraban de exploración.

Al dejar constancia del primer combate sostenido por la guerrilla Moro anota el 23 de marzo: “(...) una tropa de 25 hombres penetró en nuestro territorio y cayó en una emboscada (...) Curé los heridos con los otros médicos. Julio se quedó todo el día con ellos”  [3] Estas escuetas líneas escritas a escasos días de la incorporación de Julio al grupo insurgente, anuncian la destacada actitud que mantendrá el joven revolucionario nacido el 22 de mayo de 1939, en el pueblo de Sachojere, situado a unos 20 kilómetros de la ciudad de Trinidad, en el departamento del Beni.

En esa localidad de la zona amazónica boliviana, transcurrió la niñez de Mario en el seno de una familia numerosa, con recursos económicos limitados, que pudo brindarle al muchacho estudios en la escuela primaria Juan Francisco Velaos, la secundaria 6 de Agosto e ingresar en la Universidad, donde pronto se convirtió en dirigente estudiantil y representó a sus compañeros en un seminario internacional celebrado en Brasil.

La necesidad de ayudar a la educación de sus hermanos y una temprana unión de la que nace una niña que quedaría al cuidado de la hermana, le obligan a dejar momentáneamente los estudios, pero el triunfo de la

Revolución en Cuba cambia radicalmente la vida de Mario, quien cursaba en sus horas libres la carrera de Derecho, trabajaba en la Caja Nacional de Seguridad y dirigía el sindicato del ramo en su natal Trinidad.

Recuerda Elías Gutiérrez, el empeño del hijo por viajar hasta la lejana Isla (lo cual logra en julio de 1962), el entusiasmo que irradiaba en cada carta donde relataba sus progresos en los estudios de Medicina, emprendidos para ser más útil a su pueblo, y cuando contaba acerca del trabajo voluntario y de la sociedad con iguales posibilidades para todos, que comenzaba a construirse.

Compartir con los cubanos los días gloriosos de la Crisis de Octubre fue para Mario una gran experiencia. Por aquella época escribía al padre: “Aquí todos están en pie de lucha, en pie de defensa, todo el pueblo está preparado para recibir a los invasores (...) Pertenezco a una unidad antiaérea y soy comisario político e instructor revolucionario de mi compañía. He pedido que me movilicen a las trincheras, pero hasta ahora no dan paso a ello (...) es un verdadero orgullo y honor el que sentimos al pertenecer a las Milicias Nacionales Revolucionarias. Ahora me siento un verdadero hombre. Un hombre dispuesto a dar su vida si es necesario por este ejemplar pueblo, y al defender al pueblo cubano, defiendo también a Bolivia y Latinoamérica (...)”

Esperanza Butrino, estudiante boliviana de Medicina, con quien Mario contrajo matrimonio en La Habana y tuvo sus dos hijos más pequeños, cuenta que desde el primer año de la carrera Mario se convirtió en un activo dirigente de la Juventud Comunista entre los becarios que vivían en la barriada de Nuevo Vedado. Allí se destaca, además, por su participación en las tareas de los Comités de Defensa de la Revolución y en cuanta labor social había que realizar.

De su actitud profesional en Cuba queda, como hermoso testimonio, la carta fechada en Cumanayagua el 6 de septiembre de 1965, enviada por la paciente Carmen Castrasana Alonso, en la cual agradece a Mario sus atenciones y corrobora lo certero de su diagnóstico, respaldado por otro médico del Hospital de Cienfuegos.

La idea de emprender la lucha armada en su país comienza a crecer en él. En 1965 entra en contacto con los hermanos Peredo, Rodolfo Saldaña y Simón Reyes, hasta que decide prepararse militarmente para volver a Bolivia.

Cuando Esperanza le hablaba de lo difícil de ese empeño por el temor del pueblo, miles de veces engañado, sumido en el atraso y la explotación, Mario respondía que algún día había que empezar. “Nos tocó a nosotros –decía-, será poco a poco, costará mucho, pero algún día vamos a triunfar”.

A inicios de febrero de 1967 partió de Cuba junto a otros dos compañeros. Al llegar a Bolivia viajó a Trinidad, donde fue recibido con gran entusiasmo por familiares y amigos ávidos por conocer acerca de la Revolución Cubana. El 17 de febrero deja la casa paterna con el pretexto de continuar estudios de especialización en la Unión Soviética.

No confía a la familia su verdadero propósito, ya que podría comprometer su misión y a su hermano Elías, oficial del ejército boliviano, quien al enterarse por la prensa de la participación de Mario en la guerrilla sufrirá la gran contradicción de encontrarse en bandos antagónicos.

Durante los casi siete meses que median desde su incorporación al grupo de la Vanguardia hasta su caída, el 26 de septiembre de 1967, en la emboscada de la quebrada de Batán, cerca de La Higuera, Mario Gutiérrez Ardaya dará múltiples muestras de heroísmo, solidaridad humana y entrega a la causa.

De su actitud humanitaria el curar a los soldados heridos durante los combates sostenidos por el grupo insurgente dará cuenta el supuesto periodista inglés Andrew Roth, posible agente de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos, quien escribirá en un artículo bajo el título   “Yo estuve en la guerrilla”, publicado en la revista Clarín Internacional que era un excelente médico del Beni que había hecho operaciones insuperables a los primeros heridos.

El 26 de mayo el comandante Guevara realiza la primera evaluación del revolucionario que acaba de cumplir 28 años: “Muy bueno. Aunque le falta una verdadera prueba de fuego, su espíritu es muy elevado y es otro de los hombres ejemplos de la guerrilla”.  [4] 

En más de 30 oportunidades el Che anota en su diario la designación de Julio para una misión de exploración, la compra de mercancías, la realización de una emboscada o la disposición del joven guerrillero para buscar medicinas y alimentos.

A la una de la tarde del 26 de septiembre de 1967, Julio sale del poblado de La Higuera como parte de la Vanguardia de la columna, con el propósito de llegar al caserío de Jagüey. Media hora después se escuchan disparos desde todo el firme, los cuales anuncian la caída del grupo en una emboscada donde morirá junto a Miguel Hernández Osorio y Coco Peredo.

Ese día el Che resumen en breves líneas la actuación del joven inteligente y alegre, que decidió entregar la vida por cambiar el futuro de su pueblo: “Muere en la sorpresa de La Higuera. Era médico recién graduado, brilló como combatiente ejemplar, sobre todo por su calor humano y su entusiasmo contagioso. Otra gran pérdida de un futuro gran cuadro revolucionario”. [5] 

Como dijera un día a su esposa, Julio no dudo en entregar su vida en aras del futuro de su pueblo, que hoy ve abrirse nuevas esperanzas de una vida mejor para los humildes de su amada Bolivia. Sus restos fueron rescatados de la tumba anónima donde se encontraban escondidos, el 11 de febrero de 1998, y hoy reciben en Cuba el merecido tributo de los cubanos y de quienes como él creen en el triunfo definitivo de los pueblos.

Hasta el memorial donde reposan sus restos en la ciudad de Santa Clara llegan también los cientos de jóvenes bolivianos que hoy siguen el camino iniciado por Mario, para formarse como médicos de su pueblo. Sabía que “costaría mucho”, como decía a su compañera, por eso no dudó en entregar su vida en la quebrada del Batán. 


 [1]Nombre con el que se refieren a Cuba.

 [2] Carlos Soria Galvarro: El Che en Bolivia, documentos y testimonios. La Paz, 2005, t. 2, Los otros diarios, p. 184. 

 [3] Ibídem, p. 185. 

 [4] El Che en Bolivia, documentos y testimonios. Recopilación de Carlos Soria Galvarro La Paz, 2005, t. 2, p. 220

 [5] Ibídem